Suele ocurrir —en este oficio de escribir una columna a la semana— que de pronto el tema que ya teníamos listo para meterlo al horno, ¡paf!, se nos derrumba por esto, eso o aquello. En un segundo nos quedamos sin pan ni pedazo y vamos otra vez a empezar de cero.

Colegas hay que, en esta búsqueda de un nuevo tema, confían mucho en la inspiración. “Ya surgirá algo”, dicen muy serenos, sin siquiera pensar en el poco tiempo que queda para enviar la columna al diario.

Otros escribas no creen en la inspiración y, preocupados, salen a buscar el tema.

Cierta vez —invitados por la CAP a cubrir una actividad de gran importancia nacional e internacional— un grupo de reporteros de la prensa escrita y de la televisión caminábamos a eso de las cinco de la tarde por una céntrica y solitaria calle de Vallenar.

—¡Qué tranquilidad más grande! —exclamó uno—. De qué se podría escribir aquí, no pasa nada, no hay tema…

Estaba aún hablando cuando, a dos cuadras de nosotros, apareció corriendo un toro por la vereda del frente. Embistió y botó a una mujer que salía de una tienda. Detrás del toro llegó un carabinero, quien, al ver a la señora en el suelo, enfrentó al toro y lo derribó con dos balazos salidos del arma que llevaba. Detrás del policía llegó, agitado, un hombre con delantal blanco manchado con sangre.

Sollozó junto al toro e increpó al carabinero por darle muerte.

—Qué decías tú, ah, que aquí no hay tema…