Hace unos días, el Presidente Boric se reunió con dirigentes empresariales para explorar espacios de cooperación público-privada posplebiscito. En la ocasión, el ministro de Hacienda señaló que, independiente del resultado, tendremos que construir nuestro futuro en común para atender las aspiraciones de la ciudadanía. Así planteado, la principal dificultad es que carecemos de una visión amplia y transversal que nos permita organizar la colaboración de los distintos actores sociales. Sin ir más lejos, llevamos una década con un crecimiento de tendencia en torno a 2% y administraciones de distinto signo político han sido incapaces de encontrar un nuevo modelo para salir de esta condición.
Para construir un futuro en común —que beneficie a la gran mayoría de las personas—, es indispensable renovar el paradigma que orienta el desarrollo del país, superando la vieja dicotomía entre mercado y Estado. Ambos mecanismos tienen aspectos positivos, pero también limitaciones que solo se pueden abordar a través de la colaboración de los diversos actores de la sociedad.
El paradigma del mercado prioriza el crecimiento como el camino para resolver los problemas sociales. Con este objetivo propone fortalecer los fundamentos para el buen funcionamiento de los mercados, entre los cuales están las instituciones, la infraestructura, la estabilidad macro-financiera y la regulación. Si estos fundamentos están bien diseñados y son eficientes, las empresas realizarán las inversiones, contratarán trabajadores y lograrán aumentos de productividad. Esta visión está contenida en el documento “Por un Desarrollo Integrador”, elaborado por la Sofofa y que los empresarios le entregaron al Presidente.
En términos positivos, esta visión subraya condiciones que son necesarias para el desarrollo y sin las cuales los países se estancan. Sin embargo, no asume que los mercados son imperfectos para lograr objetivos que la sociedad valora, como son la disponibilidad de puestos de trabajo de calidad, la inclusión social, la integración de los pueblos originarios y el fomento de la resiliencia ante el cambio climático o la pandemia.
El Departamento de Comercio de EE.UU. seleccionó recientemente 32 proyectos colaborativos para crear 50 mil puestos de trabajo de calidad, basado en la evidencia de que para lograr ese objetivo se requiere de la colaboración de las empresas, las instituciones de formación, las organizaciones de la sociedad civil y los diferentes niveles del gobierno, lo que va más allá del funcionamiento de los mercados.
En Europa hay 180 territorios que han elaborado programas colaborativos de innovación y desarrollo con el apoyo técnico y financiero de la Comisión Europea. También en este caso la experiencia muestra que el involucramiento de los diversos actores es fundamental para lograr resultados de prosperidad para todos.
En ambos casos, la estrategia de desarrollo parte por los desafíos de la sociedad, que son los que orientan el crecimiento. Además, hay un amplio espacio para la colaboración, para lo cual las estrategias empresariales, así como las de los demás actores, deben estar conectadas con dichos desafíos. Desde esta perspectiva, se asume que la colaboración para construir el futuro en común será más efectiva si existe un tejido social y una base de confianza sólidos en los cuales se pueda apoyar.
El segundo paradigma para el desarrollo reconoce las limitaciones de los mercados para enfrentar los desafíos de la sociedad, pero confía en que las soluciones vienen de la mano de las políticas públicas que diseña e implementa el Estado.
Sin embargo, la experiencia muestra que este tipo de intervenciones tiene baja efectividad porque hay una doble desconexión entre la organización de las políticas públicas y los contextos en que se aplican. Por una parte, el Gobierno está altamente fragmentado, lo que le genera serias dificultades para atender problemas sociales que tienen diversas causas y son complejos, por lo que necesitan soluciones integradas; por la otra, las políticas públicas tienden a ser verticales, por lo que desaprovechan los beneficios de las redes de colaboración. La sinergia, que permite que el todo sea mayor a la suma de las partes hace la diferencia de efectividad.
Se suma a lo anterior que los programas públicos no generan soluciones mágicas a los desafíos sociales o al dinamismo de la economía. Su aporte depende de la capacidad que tengan para conectarse con las estrategias de los demás actores, dentro y fuera del gobierno, para generar los resultados esperados.
En resumen, el desafío clave posplebiscito es la construcción de una nueva síntesis para el desarrollo del país, donde lo relevante no es lo que cada actor espera del futuro, sino lo que el futuro en común requiere de cada uno. Esta síntesis debe estar orientada por los grandes desafíos que tenemos como sociedad —no como sectores independientes—; complementar el aporte de los mercados con una clara intencionalidad de las políticas públicas; convertir los programas públicos en espacios de colaboración entre actores relevantes —donde el Estado juega un rol de articulación—, y fortalecer el tejido social y la cultura de la colaboración.