Se ha señalado la importancia de evaluar la salud psíquica y la capacidad de quienes pudiesen pilotear un avión, dirigir instituciones y, por supuesto, liderar un país.
Hoy, la nave que conduce a millones de chilenos gira en todos los sentidos y sin sentido, poniendo en riesgo tanto la seguridad integral como la salud mental de los pasajeros.
Predomina la confusión, incertidumbre, desconfianza, pesimismo, desesperanza, angustia y sensación de desamparo ante un entorno hostil, un futuro incierto y un liderazgo no calificado, frágil y sin rumbo.
Capitán y tripulación ocupan, de forma paradójica, la clase “ejecutiva”.
Más atrás, una ruidosa y festiva selección nacional de aficionados diseña una nueva carta de navegación. Se sueña y escribe la derrota de un modelo claramente injusto, pero también la venganza contra esas personas privilegiadas de “primera clase”, quienes solo por azar han acumulado fortuna y no la comparten. Se promete aterrizarlos a todos y refundar un nuevo territorio, plano, libre, plurinacional, integrado, pero sectorizado por origen y antigüedad. Todos serían solidarios, dignos e iguales, pero distintos según apreciación de su estatura moral, conciencia social y algunas otras virtudes a ponderar, las que otorgarían merecimientos especiales a determinar en el futuro.
La camaradería, sonrisas, promesas y abrazos desplegados por el piloto y la tripulación parecieran conquistar a jóvenes idealistas vacíos de cariño y confianza e inundados de miedo, celos, envidia, rabia y odio. Aquejados de una permanente e intolerable sensación de inseguridad y minusvalía, adjudicada a reales o imaginadas injusticias, mala suerte, rechazo y maltrato externos, la ira se toma el poder, somete a la razón, ofrece una narrativa acomodaticia, se busca e identifica culpables y se blinda así del dolor.
Más atrás, aquellos más experimentados, estudiosos y conocedores de la historia y geografía universales, conscientes de que el no reconocer los errores del pasado hace repetirlos en el futuro, tienden a callar, pasan “piola” y parecen escépticos de la ofertas de paraísos terrenales.
La conducción de esta tripulación es torpe, precaria, confusa y cambiante, pretendiendo solo captar la adhesión y simpatía de los mareados pasajeros para seguir rumbo a los caribeños destinos que idealizan.
Los pilotos y miembros de la tripulación son autoridades autoritarias, pero no autorizadas.
Para ser una autoridad autorizada hay que estudiar y trabajar mucho. No basta con usar uniforme, delantal o camisa sin corbata.
Los pasajeros, al igual que los niños que perciben inconsistencia, falsedad y precariedad en sus padres o tutores, se angustian al sentirse desprotegidos, en peligro, y van desarrollando enfermedades psíquicas en respuesta a las volteretas de este turbulento vuelo que cada vez más parece una “volada” que un proyecto serio y sensato.
Estas “autoridades”, piloto, tripulación y pseudoexpertos en escribir cartas de navegación quizás aún podrían dejar la ignorante soberbia que los impulsa y humildemente conectarse con una torre de control, para asesorarse por profesionales de izquierda, centro o derecha, altos y bajos, morenos o rubios, de Providencia o Conchalí, pero verdaderos expertos, autorizados y experimentados. Por sobre todo, no contaminados con heridas ancestrales, crónicamente infectadas a las que recurren y en las que hurgan para justificar sus odiosas ideologías.
Y reitero un llamado a evaluarlos muy bien, no solo a través de un análisis de pelo, sino que de aquello que está un poco más abajo.
Dr. Patricio Fischman Gluck
American Board of Psychiatry & Neurology Profesor de Psiquiatría Facultad de Medicina Universidad de Yale