El Che Guevara no pudo disfrutar en vida de las bondades de la fama universal. Les pasa a muchos: Colón murió pobre y anónimo, igual que Van Gogh, Kafka y Wilde.
En el caso de Guevara, ha sido el régimen cubano el que ha ganado una fortuna explotando el merchandising con la imagen del guerrillero. Poleras, tazones, tabaco, ron, calzoncillos, se comercializan todos los días desde hace décadas con un éxito que bordea la obscenidad.
Y sí, se me vino a la mente el argentino cuando esta semana se conoció una conversación entre Héctor Llaitul y un amigo suyo interceptada por la policía.
—“Se jura el Che Guevara”, dijo Llaitul, refiriéndose al Presidente Gabriel Boric.
Y ustedes me tendrán que disculpar, pero en esto yo voy a defender al Presidente Boric. ¿Qué se ha imaginado Llaitul? ¡Si es él quien quiere ser el Che Guevara chileno! Y quedó claro esta semana, que ha buscado en los últimos meses salir a marcar territorio para evitar que el Presidente Boric le arrebate el jugoso negocio de lucrar con “La Revolución”.
Llaitul se inventó un cintillo grueso con un ícono indígena que usa cada vez que va a realizar una “aparición” en público, interrumpiendo su semiclandestinidad. Es el equivalente a la boina negra con estrella roja del Che Guevara. A veces Llaitul también luce una polera apretada que le haga ver buenos bíceps y calugas (parapetadas eso sí detrás de su abundante tejido adiposo abdominal).
Llaitul necesita convertirse —antes de que la revolución octubrista termine de morir— en un ícono imprimible; en un logotipo estampable. Le urge evolucionar hacia una figura de fama que trascienda las fronteras, para conquistar mercados mundiales. La clientela chilena siempre ha sido escasa y tacaña. ¿Cuántos polerones, tazones, gorras, y otros productos imprimibles o termolaminables pueden comercializarse aquí? ¿Cuánto facturaría si abriera la marca Llaitul a Bolivia, Venezuela, Cuba, México? ¿A Norteamérica, Europa y… ¡China!?
Intuyo que la agenda secreta de Llaitul es fundar el imperio “Llaitul S.A.”, a imagen y semejanza del modelo “guevariano”. La industria del concepto revolucionario es grito y plata, y se pasaría de leso si no aprovecha en vida esas granjerías.
Porque de lo contrario no se entiende que Llaitul reapareciera con una súbita locuacidad desde que asumió Boric el poder. Que hiciera casi todas las semanas una declaración incendiaria, como instando a que el Gobierno lo persiguiera. Toreando a los fiscales y a las policías. Que saliera a almorzar a un restorán en el centro de Cañete a plena luz del día. Que respondiera su celular cuando lo llamaba un número desconocido. Quizás estaba esperando responderle a un cazatalentos que le abriera el camino de la fama internacional.
Debe ser eso. La plata. Porque la vida del bandolero rural que trafica troncos para vivir no es ni fácil ni glamorosa. Y por eso debía actuar antes de que se le pase la vieja.
¿O acaso Llaitul se sentía tan seguro con la llegada del nuevo gobierno, por su amistad y cercanía con el nuevo poder, que simplemente pensó que ahora podía hacer lo que se le daba la gana?
Tiendo a inclinarme por la tesis del “merchandising”. De otro modo, no se entiende que no se saque ese cintillo grasiento que anda trayendo para todos lados. Digo yo.