En los evangelios, una de las sorpresas que encontramos es que Jesús constantemente es invitado a cenas y banquetes. A veces pensamos que lo religioso es algo formal, medio serio, medio aburrido… Pero en Jesús descubrimos que la experiencia de Dios es alegre, es fiesta, es celebración, con banquetes y vino. Y no solo eso, Jesús nunca hace distinciones entre puros o impuros, o entre los que cumplen o no la ley, o entre los que lo siguen, o entre los ricos y pobres, sino que siempre reconoce la dignidad en cada persona, se sienta a la mesa y comparte con todos. Su propuesta de reino es una mesa para todos…
En esta ocasión, el evangelio nos presenta a Jesús comiendo en casa de un fariseo importante. Al ver que algunos pelean por el puesto a ocupar, y la mentalidad competitiva y egoísta que está detrás de esto, aprovechará de entregar una importante enseñanza dirigida no tanto al fariseo, sino a la comunidad cristiana: la de ocupar el último puesto.
El verdadero contexto del banquete al que se refiere Jesús es el del reino de Dios. La lógica que debe imperar en la comunidad cristiana no es la del mundo, que te hace competir por los primeros puestos, sino que es la del evangelio que siempre busca servir al prójimo. En esta nueva lógica, hay un lugar que está especialmente reservado para el cristiano: el último puesto. Nadie es el dueño del banquete, sino que todos somos invitados a él. Y hay un solo puesto que nos corresponde: el último. ¿Cómo podría ser de otra manera si este es el puesto que eligió el mismo Jesús? Esto no se trata de una falsa humildad, haciendo como si otros fueran más importantes, sino que es comprender que los dones que hemos recibido son para ponerlos al servicio de los demás. Tampoco se trata de anular los talentos, sino de poner todo lo recibido, las capacidades, los bienes y los dones, al servicio de los demás. Servir significa amar, y cuando sirves a otro te humanizas, te conviertes en verdadera persona y te haces semejante a Dios, que es amor.
La enseñanza no se refiere solo al lugar a ocupar, que siempre será el servicio, sino también a con quiénes compartir este banquete. La mentalidad del mundo nos hace pensar que solo califican los mejores, cosa por la que terminamos compitiendo o juzgando, buscando la conveniencia y el beneficio propio. Pero el Señor quiere que cortemos con esta mentalidad, y comprendamos que ocupan un lugar privilegiado en el banquete del reino los pobres, los lisiados, los paralíticos y los ciegos. Estos son los que necesitan los dones de otros para poder vivir. Son los primeros a los que debemos servir. Y es que, lejos de ser autosuficientes, somos profundamente necesitados unos de otros. Esta carencia no es una falla en la vida humana, ni una debilidad. Muy por el contrario, el necesitar los dones que el Señor ha puesto en las manos del otro crea un intercambio de dones que abre espacio para amar. Si fuéramos autosuficientes, seríamos incapaces de hacerlo.
Vivimos un tiempo muy importante de transformación en nuestra sociedad chilena. Y para avanzar, nos necesitamos. Los dones y talentos puestos al servicio de los demás permiten establecer lazos de caridad que nos humanizan. La tarea es hacer de Chile una mesa para todos. Y esto no significa que pensamos y vivimos igual, sino que todos compartimos nuestros dones y talentos. Los cristianos lo hacemos de la forma que aprendemos del mismo Jesús: poniéndonos al servicio de los demás. Sin duda, hay una gran tarea por delante…
“Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”.
(Lucas 14, 11)