José Luis Sierra se quejaba, en una entrevista en este suplemento, del poco sentido del espectáculo que se observa en el fútbol chileno. Y el DT apuntó a factores que serían los causantes de esta depreciación cada vez mayor del torneo nacional, entre ellos, la poca calidad de los elementos que se utilizan para la práctica del juego (el pasto, por ejemplo), y los horarios en que se programan los encuentros (que son hoy impuestos por las autoridades de los gobiernos regionales).
Le apunta medio a medio Sierra. Es un hecho comprobable que, desde hace tiempo, no existe ningún estamento chileno ligado a la construcción del espectáculo (directivo, técnico, arbitral y dueño de los derechos televisivos) que esté realmente muy interesado en aumentar el atractivo del fútbol nacional.
Todo se ha reducido casi al aprovechamiento indiscriminado de un producto que pareciera ser eterno y que no requiere de modificaciones ni modernizaciones. Total, tal como está, sigue dando frutos…
Es un hecho. No es que hoy exista el peligro de matar la gallina de los huevos de oro. La verdad es que hace tiempo ya la abrieron y todos los involucrados están terminando de succionarla.
¿No será una exageración? Veamos.
La dirigencia nacional, que se supone debe velar por el fortalecimiento de sus productos más atractivos —la liga y la Copa doméstica—, no genera ninguna idea o plan de marketing para atraer público a los estadios. Tampoco es capaz de imponer mínimas exigencias para la realización de un partido. Que se juegue es la máxima y única ambición de los directivos de Quilín. Con eso están pagados.
Los clubes, coaptados en su mayoría por gente formada con la lógica mercantilista (empresarios, accionistas y representantes), presionan la tecla lógica de sus convicciones: invertir nada, gastar poco y ganar lo más posible.
¿Los entrenadores? Vaya que también son responsables en este baile de máscaras. Chilenos y extranjeros. Y no por sus convicciones táctico-estratégicas (si es que la tienen), que es algo siempre debatible, sino por su nula autocrítica y, en muchos casos, incapacidad para sostener diálogos futbolísticos públicos (mejor decir que el resto, incluido el hincha, sabe nada de nada o que la prensa solo se preocupa de “vender”).
Los árbitros, para qué decir. La tecnología, el VAR, los ha ido haciendo cada vez más despreocupados, cómodos y ajenos a la correcta aplicación del reglamento. Cada vez son más en los partidos, cada vez son menos en términos de justicia.
Tampoco ayuda mucho en la aspiración de aumentar la calidad del espectáculo que un ente ajeno a él, pero importante en su difusión como son los medios de comunicación, se hayan alejado cada vez más del intento de conocimiento y lo haya reemplazado por la simple transmisión de pasiones particulares, como si de hinchas de tablón se tratara (periodistas y exfutbolistas caben en este lote).
Sí, Sierra tiene razón en su análisis del fútbol chileno.
Hay mediocridad, banalización, falta de cariño por el espectáculo.
Y lo peor es que nadie parece tener ganas de revertirlo.