Con 35 largometrajes en los últimos 33 años, algunos más grandes, otros más pequeños, cuesta seguirle el ritmo a Steven Soderbergh. El anuncio de hace algunos años respecto a que se retiraba de la dirección lo mantuvo apenas tres años fuera de las cámaras. Desde su “regreso” con “Logan Lucky”, (2017) se mantiene estrenando una o dos películas por año. La pandemia y la fuerza que ella le dio al streaming, de hecho, parecen haberle dado más empuje. Si bien el hombre se puede ver cómodo en grandes producciones como la trilogía de “Ocean's Eleven” (2001, 2004 y 2007) o “Contagio” (2011), siempre ha mantenido un lado independiente, de cine hecho a la rápida, leve, ágil, como los movimientos de cámara que son su marca registrada.
“Kimi” tiene algo de ello. Es una cinta directa, al callo, con una idea simple que roba de Hitchcock, pero también de Antonioni. En Seattle, Angela (Zoë Kravitz) sufre de agorafobia, aparentemente luego de una agresión que sufrió años atrás. Se estaba recuperando, pero la pandemia de covid hizo retroceder sus avances. Vive entonces encerrada en un departamento, mientras trabaja para Amygdala, una empresa tecnológica cuyo producto estrella es Kimi, un pequeño cono que permite manejar todo en la casa a través de órdenes de voz, tipo “Kimi, prende las luces”. Su trabajo consiste en escuchar órdenes fallidas de usuarios y corregir la programación de Kimi. Uno de esos audios, sin embargo, es muy inusual y parece revelar un crimen.
Escrita por David Koepp, un guionista de vasta experiencia y resonados éxitos en la línea de “Jurassic Park” (1993) o “El Hombre Araña” (2003), “Kimi” no es exactamente tierra de misterios. Si la cinta se siente algo plana, se debe quizás a que todo resulta demasiado explícito. En “Blow-Up” (1966) y “Blow Out” (1981), donde “Kimi” se inspira directamente, la revelación del crimen contenía cierta ambigüedad, dado que los registros utilizados por los protagonistas —fotográfico uno y sonoro el otro— no resultaban ciento por ciento confiables. Tanto Antonioni como De Palma usaban la tecnología como una forma de “ver” o “revelar” a duras penas algo escondido, un acceso a un mundo paralelo que se escapa. Soderbergh, en cambio, a partir del sonido de los audios pone muy rápido imágenes que los interpretan sin espacio a dudas. Nada se escapa ni esconde. Todo es nítido. Parecido es el énfasis en la agorafobia y la neurosis higiénica de Angela o la extrema frialdad del controlador de Amygdala (Derek DelGaudio).
Hay algo acartonado en esto, que se ve compensado por la capacidad de Zoë Kravitz de hacer creíble su papel. En la contención de sus palabras y algunos de sus gestos —otros parecen no exactamente logrados— hay cierta buscada dureza, una protección interior mediante la reserva exterior propia del héroe de acción clásico de Hollywood, que resulta especialmente interesante cuando es una mujer la que lo encarna, como Gena Rowlands lo demostró hace años en “Gloria” (1980). Angela vive encerrada, pero no puede ni quiere estar sola. Su lucha principal es consigo misma. El brutal lío en que se ve repentinamente involucrada será su terapia.
A ello se suma la eficiencia, suavidad y fluidez con que Soderbergh arma su relato. La superficie del material podrá ser lisa, sin arrugas ni ambigüedades, pero el director se permite correr sobre ella. Su cine hace del movimiento y el cambio un placer en sí mismo. Dan ganas de que trabajara más comprometidamente con el material que tiene entre manos. Su mirada sobre el mundo parece a veces algo esquemática, superficial. Sorprende, por ejemplo, la fe que mantiene en la tecnología. Ya lo había dejado ver en sus películas de robos. Ahora la cinta critica a la gran corporación detrás de Kimi, pero no el producto mismo, que no solo funciona a la perfección, sino que termina por ser el héroe mismo de la trama. ¿No se imaginan consecuencias posibles de sumar un aparato que todo lo escuche y controle en la intimidad de nuestra casa?
KIMI
Dirigida por Steven Soderbergh.
Con Zoë Kravitz, Byron Bowers y Rita Wilson.
Estados Unidos, 2022
89 minutos
En HBO max