Siglos antes de Cristo, los griegos y los romanos ya creían que confesar un delito permitía resolver rápido un misterio judicial.
Por más de dos mil años han perdurado frases como “Confessio est regina probatio” (La confesión es la reina de las pruebas) o “A nullam confessio est pars test” (A confesión de parte, relevo de pruebas). Por eso me sorprendió que esta semana el fiscal nacional dijera que “la confesión en nuestro sistema procesal penal no tiene ningún valor, en términos de poder usarse, en definitiva, en contra de la persona”.
Y más me impactó que el fiscal nacional planteara eso refiriéndose a las declaraciones del líder de la Coordinadora Arauco Malleco (CAM), Héctor Llaitul. Este había reconocido que su organización participaba en el llamado “robo de madera” del siguiente modo: “Nosotros recuperamos esa madera para tener recursos para generar los insumos para reconstruir el mundo mapuche, tener los fierros (armas) y para tener los tiros y para tener los implementos necesarios para defender a las comunidades y los procesos que se llevan adelante”.
El alcalde comunista Daniel Jadue le prestó ropa a Llaitul a propósito de sus dichos: “Ellos están recuperando algo que les es propio y que fue vendido de manera absolutamente ilegal”, dijo. Semanas antes, el Gobierno se había mostrado tímido con Llaitul, porque dudó mucho si presentar o no una querella en su contra cuando llamó a la resistencia armada y reconoció responsabilidad en atentados.
O sea, Llaitul confiesa robo y tráfico de madera, adquisición y uso de armas de fuego ilegales, además de atentados y sabotajes, pero eso es insuficiente para llevarlo ante la justicia. ¿Será que Llaitul es un “amicus curiae” (amigo de la corte)? ¿O es que le temen?
Un hombre que sabe habló esta semana sobre el asunto. Fue Isidro Solís, quien lideró la primera oficina de inteligencia de la Concertación y llegó a ministro de Justicia de Bachelet, además de ser su abogado personal. En una entrevista el jueves, Solís dijo que si gana el Apruebo en el plebiscito de septiembre, “al día siguiente Héctor Llaitul va a llegar a todos los predios forestales a cortar la madera”.
Llaitul, desde luego, no es “Forestín”, la mascota de Conaf. Él mismo nos aclaró que la madera traficada es para armas.
El sueño de Llaitul es fundar por vía armada una nueva nación, indígena, bajo su mando. ¿Qué territorio ocupará el país de Llaitul? Incalculable, dadas las dimensiones que se plantearon durante el proceso constituyente.
Llaitul, que inició su causa hace más de 20 años en Arauco, se fue extendiendo a varias otras comunas de la macrozona sur. Ahora pretende pasar de ser un jefe guerrillero intercomunal a gobernante de un régimen nacional. Solo estaría esperando a septiembre.
Es lo que plantea Solís, cuyo personaje en el santoral, San Isidro, evoca al santo de los milagros pluviométricos. Pero hay un milagro menos conocido suyo. El “milagro del lobo”, en que ayudó a unos pastores que le rezaron a ahuyentar al sanguinario mamífero que los acosaba.
Supongo que Llaitul ha sido ex profeso tan locuaz ad portas del referéndum, porque quiere convertirse en el nuevo factótum del país. A nullam confessio est pars test.