A veces no nos damos cuenta o, simplemente, no queremos o no lo sabemos ver. Pero es un hecho indesmentible que hay una evolución constante en el fútbol desde el punto de vista de las funciones que cumplen los futbolistas en el campo de juego. Y de sus trascendencias.
Los paradigmas cambian.
Para nadie es un misterio, por ejemplo, que hoy los laterales no tienen funciones netamente defensivas. Es más, en muchos idearios técnicos incluso ellas no son las más relevantes. Hoy, de hecho, hasta la denominación “marcador de punta” parece anacrónica y desfasada. Mejor hablar de “carrileros” o derechamente “laterales-volantes” para así entender la exigencia que ellos tienen en la fase ofensiva de los equipos.
Sí, todo ha evolucionado. Ya no existen los punteros, el centrodelantero ni menos el “enganche”.
Pero quizás el que está más enterrado de todos es el antiguo volante central. O centre half, para remitirnos a la antigüedad.
Claro, antes el que transitaba por el sector medio de la cancha era el símbolo máximo de la destrucción. Tenía como misión anular al mejor de los rivales, —al más fino, al hábil, al distinto— de la forma que fuera. A patadas si no había de otra. Y no era raro que quien cumpliera esa misión con acierto se transformara no solo en caudillo, sino que, incluso, en ídolo (como lo fue el gran Obdulio Varela para los uruguayos).
Con el tiempo, y también con el creciente desarrollo de las teorías tácticas, el volante central fue evolucionando para cumplir otras tareas. Y en el Mundial de 1994, el brasileño Mauro Silva enseñó una nueva faceta para aquel que tenía que ir a la refriega ante los talentos rivales: la de ser “cabeza de área”, que era una especie de líbero sobre su defensa.
Pero ese no fue el fin de la transformación del volante-tapón.
Faltaba quizás la revolución más profunda y, hasta ahora, increíble en términos conceptuales: la que se produjo en Barcelona y que tuvo —y tiene aún— a Sergio Busquets como el mayor referente. Con él, por primera vez y para siempre, el volante central dejó de ser el destructor para convertirse en el creador del equipo.
Hace poco lo dijo el argentino Juan Ramón Riquelme en una entrevista en Argentina: “Desde que apareció Busquets, el volante central es el que se lleva toda la responsabilidad creativa de un equipo. Hoy, si un equipo anda mal o bien, todos reparan en quién juega en esa posición”.
Así de drástico. Y verdadero. El fútbol moderno, el de elite, el de los mejores, exige volantes centrales finos, que filtren pelotas, que organicen el juego, que sepan crear.
El que juega ahí y que solo se dedica a rendir tareas como un defensor más, solo a quitar y no es capaz de dar un pase de 30 metros o hacer una pared, está fuera de toda opción de llegar a grandes niveles.
¿Cuántos de ellos hay en Chile? ¿Cuál es el perfil del volante central de los equipos de nuestra competencia? ¿Estamos produciendo esos volantes?
Pensemos…