“¿Piensan que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división” (Lucas 12,51). Estas palabras del evangelio pueden movernos a pensar que las dijo algún anarquista o un marxista. No, son del mismo a quien los ángeles anuncian que traerá la “paz a los hombres de buena voluntad” (Lucas 2,14).
¿Cómo se entienden? ¿Por qué, Señor, traes división si San Pablo afirma que con tu entrega en la Cruz “hemos obtenido ahora la reconciliación”? (Romanos 5,11). La paz que trae no “es sinónimo de simple ausencia de conflictos. Al contrario, la paz de Jesús es fruto de una lucha constante contra el mal… no es contra hombres o poderes humanos, sino contra el enemigo de Dios y del hombre, contra Satanás” (Benedicto XVI, 19-08-2007).
La enseñanza de Jesús no es decorativa, ornamental; comporta elegir a Dios como base de la vida, “y Dios no es vacío, Dios no es neutro, Dios es siempre positivo, Dios es amor, y el amor es positivo” (Francisco, 18-08-2013). Es el pecado de los hombres la causa de los conflictos, guerras, divisiones, agresiones, etc. El Señor condena el pecado y acude por el pecador: “porque no he venido a llamar a los justos sino a los pecadores” (Mateo 9,12-13).
El profeta Jeremías, que leemos hoy, fue arrestado y condenado a muerte, porque profetizó que la ciudad de Jerusalén —por su infidelidad— sería “entregada sin remedio en poder del ejército del rey de Babilonia, que la conquistará” (Jeremías 38,3). Los profetas son hombres elegidos por Dios para hablar en su nombre (Hebreos 1,1) en momentos en que Israel se olvida de Él o lo abandona.
Todos los profetas sufrieron lo indecible y Jesús los pone de ejemplo en una de las bienaventuranzas: “Bienaventurados cuando os injurien, os persigan y, mintiendo, digan contra vosotros todo tipo de maldad por mi causa… de la misma manera persiguieron a los profetas de antes de vosotros” (Mateo 5,11-12).
Con dolor, María había escuchado a Simeón hablar de Jesús niño: “Este ha sido puesto para ruina y resurrección de muchos en Israel, y para signo de contradicción” (Lucas 2,34). Su enseñanza y testimonio llenarán el corazón de muchos y suscitarán grandes conversiones, pero en otros serán “división”, en aquellos que no quieren escuchar o convertirse.
El Señor previene a los discípulos de las luchas y divisiones que acompañarán la difusión del Evangelio: “Desde ahora estarán divididos cinco en una casa: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija…” (Lucas 12, 52-53).
En nuestro país, con ocasión del plebiscito, se han acentuado la división y polarización política, y nadie quiere echarle más ají a la sopa. Así, la declaración de los obispos es un gran desafío y —como profetas— tienen que estar mirando solo a Dios.
Como sacerdote enfrento la tentación, cuando me preguntan mis feligreses acerca del plebiscito, de dar “orientaciones generales” para que no hablen mal de mí ni me apedreen el templo. Pero me acuerdo de la grave advertencia de Jesús: “¡Ay cuando los hombres hablen bien de ustedes, pues de este modo se comportaban sus padres con los falsos profetas!” (Lucas 6,26).
Los obispos, como profetas, se pronunciaron claramente: “Hacemos una valoración negativa de las normas que permiten la interrupción del embarazo, las que dejan abierta la posibilidad de la eutanasia…” (22-07-2022) y lo que se refiere a la familia, la libertad de los padres sobre la enseñanza de sus hijos, las limitaciones en el derecho a la educación y a la libertad religiosa, etc.
La paz de Cristo “no es la paz de los sepulcros, no es neutralidad, Jesús no trae neutralidad, esta paz no es una componenda a cualquier precio” (Francisco, 18-08-2013). A mis feligreses les digo que votaré Rechazo, porque hay puntos “incompatibles con la fe cristiana” (22-07-2022).