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Cartas
Viernes 12 de agosto de 2022
Sin castillos
Señor Director:
No quiero inmiscuirme en debates entre católicos y liberales que se ventilan en la prensa y que, por cierto, leo con todo interés.
Me gustaría, sin embargo, sugerir un humilde punto de vista, que nada tiene de novedoso.
Uno de los aspectos que explican el éxito del cristianismo y el liberalismo, y acaso en su variante democrática, del socialismo, es la empatía de sus estilos.
Se trata de doctrinas que invitaban a incluirse mutuamente a todos los pueblos, absolutamente extrañas a cualquier forma de exclusividad iniciática, de orden étnico, social, nacional, sexo-genérico. Tampoco va con ellas la gravedad del que siempre tuvo la razón y no supo persuadir.
Hay en ellas, por así decirlo, una obligación de fin, consistente en cautivar la razón y el corazón, sin corretear de buenas a primeras a quienes transparentan sus discrepancias, y al mismo tiempo, sin abdicar de ideas cuya importancia fundamental la experiencia ha reforzado.
Es posible que se trate de una herencia del mejor imperio romano, con sus dioses y emperadores que no eran precisamente de origen romano.
Lamentablemente este estilo que hizo vitales al cristianismo, al liberalismo y al socialismo se ve cada vez menos. Es como si las fortalezas feudales, que a diferencia de los palacios de la antigüedad el polvo y el agua nunca cubrieron ni sumergieron del todo, insistieran en su morbo bárbaro. Y en América eso es doblemente grave, pues, como exclamó Goethe, ella vale tanto porque no tiene castillos.
Es posible que estemos a las puertas de una nueva Edad Media, en la que sean las identidades las que incomuniquen a los seres humanos. Si fuera así, la invitación es a reavivar los estilos del mundo difuso (América es el caso paradigmático), que por cierto nada tenían de decorativos. Eran verdaderamente esenciales.
Joaquín Trujillo Silva
CEP