El fútbol, pese a su extremo profesionalismo, sigue siendo una cuestión de motivaciones más que de negocios.
O sea, está claro que nadie juega en el ámbito profesional por simple amor al arte ni por bolitas de dulce ni por el sándwich y la bebida, en especial porque hay clara conciencia que la vida útil de un futbolista es corta. Pero es un hecho que, ya sea en una liga de bajo impacto como en una dominada por jeques e inversionistas rusos, la motivación por jugar es el eje central para quien practica el fútbol. Al menos para la mayoría, y muy claramente para los que están en la élite. De hecho, solo llegan ahí los que realmente sienten el fútbol en su más clara esencia.
De ahí uno puede entender por qué un tipo como Zlatan Ibrahimovic haya renovado con AC Milan por una cantidad bastante inferior a lo que ganaba hasta fines de la temporada pasada (de más de siete millones de euros anuales pasó a poco más de un millón, de acuerdo a los señalado por la prensa italiana) en lugar de retirarse a vivir de las rentas y de sus recuerdos. Con 40 años y con la rodilla a la miseria, que Zlatan opte por darle una vuelta más a su carrera en una liga como la italiana no deja de ser valorable y plausible. Reivindicativo, más bien.
Lo mismo se puede decir del atacante uruguayo Edinson Cavani quien, tras su opaco paso por Manchester United, tenía las puertas abiertas para aterrizar en Boca Juniors donde, de seguro, se hubiese convertido en la figura indiscutible. Cavani desechó la opción por cuestiones familiares, pero también porque siente que quedarse en Europa le aportará el sacrificio y la competividad que requiere a pocos meses de su última presencia en un Mundial jugando por Uruguay. Las loas y las zonas de confort no son terrenos favoritos para grandes jugadores como El Matador.
Con estos ejemplos, uno puede entender por qué Alexis Sánchez, en el tramo final de su carrera en la élite mundial, esté optando por seguir en niveles competitivos en lugar de quedarse en Inter haciendo cumplir contrato sin ser considerado una pieza relevante del equipo.
Sánchez, qué duda cabe, siente el fútbol de una manera lúdica y no solamente mercantil.
Para él es natural dar la batalla en la cancha para demostrar que puede ser no solo importante en una estructura, sino que, todavía, ser la figura, el niño bonito de la película, el protagonista del western que es capaz de ser el que dispara el último tiro. El héroe.
Por cierto, nada asegura que las ilusiones y sueño de un acto final glorioso puedan cumplirse. Alexis Sánchez, como todos, sufre el desgaste propio de los años y es un hecho que no alcanzará seguramente todos los sueños que aún tiene con la pelota.
Pero no hay que castigarlo por tenerlos. Más bien hay que aplaudirlo por ser capaz aún de pensar que puede dar el máximo, que sus gambetas seguirán arrancando aplausos y que, por ellas, seguirá en el pedestal de ídolo que ya tiene ganado.
Ya sea en Francia, en España, en Inglaterra o en Italia, Alexis tiene el derecho a seguir dando la pelea en una cancha tal como las dio siempre.
No le demos consejos ni intentemos señalarle caminos a seguir.
Él sabe más que nosotros. Él vive el fútbol.