Apenas 119 personas vieron en el Francisco Sánchez Rumoroso el partido entre Unión Española y Universidad de Chile. Gustavo Quinteros volvió a quejarse de los aforos dispuestos por la autoridad para los partidos de local de Colo Colo. Y las asistencias a los estadios, independiente de la pandemia, son increíblemente bajas.
Casi como una broma de mal gusto, el presidente del fútbol chileno, Pablo Milad, presentó con toda pompa y enarboló la bandera del Mundial de 2030 esta semana, suponiendo que conseguirá el apoyo del Estado para construir TODOS los recintos requeridos y volver a poner el platillo, aunque a nivel local las carencias organizativas y la incapacidad para generar el espectáculo son más que evidentes.
Ni hablar del impresentable papelón de aspirar a un Mundial sin tener separada la Federación de la Asociación —que habría que partir por allí—, porque pretender conseguir el mayor espectáculo del planeta sin ser capaces de ordenar mínimamente la fecha del fin de semana parece no solo ilógico, sino descabellado. Más aún cuando está más que claro que la ANFP no tiene hoy peso alguno en la mesa de negociaciones para programar el espectáculo que sostiene a la industria.
Seguiremos, me temo, jugando con nuestros flamantes estadios vacíos, porque, por más que le pese a Gustavo Quinteros, Colo Colo no ha sido capaz de implementar un plan eficiente para controlar las estampidas en el Monumental. Más allá de cacareados planes, no ha hecho inversión alguna para remediar los evidentes y reiterados problemas en sus accesos vehiculares y peatonales.
Ni hablar de Universidad de Chile, que añora el retorno al Estadio Nacional donde su incontrolable y pendenciera barra se encontrará cara a cara con los recintos construidos o remodelados para los Panamericanos. Llamar a la directiva para hacerse responsable de eventuales destrozos es tan vano como solicitar una explicación a las cada vez más evidentes conexiones impropias que se han dado en su propiedad.
Hace treinta años nació la Premier League, se legisló para las sociedades anónimas en España y se comenzó a hablar del tema en Chile, antes de las quiebras de los equipos grandes y del sistema en general. El gran fracaso del sistema —que está lejos de ser revisado o reformado, asumámoslo— es la incapacidad de los propietarios de clubes de plasmar un espectáculo a la altura de las expectativas. Más allá de los ingresos fijos, la recaudación por partido se entregó dadivosamente. Y por eso ahora llorar sobre los efectos de sus desastrosas políticas no solo resulta hipócrita, sino que absurdo.
Será imposible soñar con estadios llenos, con el retorno de la familia, con un mecanismo impoluto y transparente de venta de entradas mientras el sistema no cambie íntegramente. Postular al Mundial en estas condiciones es pegarnos, además, una bofetada.