Llevamos dos domingos en que en el Evangelio aparece el importante tema de las riquezas y nuestra relación con ellas. El domingo pasado el tema central fue el sinsentido de poner la seguridad en acumular: esa no es la relación con los bienes que queremos instaurar, sino utilizarlos para hacer el bien y la caridad. Y para ello nos pone frente a la muerte, la cual nos permite ver lo que es verdaderamente importante en la vida, aquello que trasciende más allá de ella.
Este domingo el Evangelio sigue profundizando en esto, y el Señor, a través de tres parábolas, nos invita a vivir atentos a lo que es fundamental. Podríamos pensar que esta invitación del Evangelio de estar atentos se refiere a la muerte: que esta no nos pille desprevenidos. Pero en esta oportunidad, me parece que se refiere a la vida misma, y a la gran cantidad de oportunidades que nos presenta respecto al servicio y la caridad. En no pocas ocasiones no nos damos cuenta, pero las cosas que se nos presentan como “urgentes” en nuestra vida cotidiana muchas veces nos impiden ver aquello que es lo más importante. Pienso en el tiempo que el trabajo le roba a la vida familiar, o cómo las preocupaciones por el futuro nos impiden vivir en plenitud el tiempo presente, o cómo una vida acelerada nos enceguece frente a las personas extraordinarias que nos vamos encontrando a cada momento. Simplemente no las vemos.
En nuestro día a día, el Señor se nos presenta de muchas maneras, sobre todo a través del pobre y necesitado. El Evangelio nos invita a estar atentos, siempre prontos a recibirlos y atenderlos. La caridad es una importante oportunidad de transformar la vida de esos otros, pero también para transformar nuestra vida y nuestra sociedad. Por lo mismo, no podemos dejar pasar la oportunidad de ejercerla.
Es cierto que hay algunos que enfrentan la vida buscando la oportunidad de aprovecharse de las situaciones en beneficio propio. Hay otros que enfrentan la vida pasivamente, recibiendo aquello que les toca y haciendo lo posible por sobrevivir. Pero están también los que siempre tienen la lámpara encendida y que uno sabe que puede recurrir a ellos ante cualquier necesidad. Son aquellos que están despiertos al prójimo y a sus necesidades. Esta es la imagen que presenta el Evangelio de hoy invitándonos a estar con las vestiduras ceñidas y las lámparas encendidas. Es una forma de vida. El Señor los llama felices y bienaventurados. Notable, pues a los ojos del mundo son felices los que son servidos, los que son poderosos o exitosos, los que tienen su vida asegurada. Pero en Cristo esto se invierte, y bienaventurados son los que comprenden su vida entera al servicio de los demás.
En el fondo, lo que está detrás de esto es una comprensión distinta de la vida misma. Cuando entendemos que la vida no se reduce solo a un puñado de años, a juntar títulos o riquezas, a acumular poder, sino que estamos llamados a trascender incluso más allá de la muerte; cuando entendemos que la vida verdadera es la que cultiva el amor y el servicio a los demás, pues Dios es amor y queremos vivir como Él; cuando comprendemos que creer en Cristo no es un tema intelectual ni un conjunto de dogmas, sino que consiste en adherir totalmente a su propuesta de vida nueva; entonces es cuando nos damos cuenta que la vida misma es una oportunidad fascinante en la que debemos estar despiertos y atentos al prójimo que nos da la oportunidad de servirlo y amarlo.
Vivir despiertos, atentos a los demás, es la invitación de este domingo. La oportunidad de acoger, servir y ayudar a los demás es una oportunidad de acoger y servir al mismo Cristo en nuestras vidas.