La experiencia del extravío, de haber perdido la ruta y encontrarse, de pronto, alejado de casa es una de las experiencias fundantes de nuestra cultura. Su exploración es el nudo de la Odisea, es referida en los primeros versos de la Comedia, es retomada en el Ulises y en el Hombre sin Atributos y, por qué no decirlo, se halla en el centro de los evangelios. Esa experiencia no es solo un crítico paso por el que atraviesa, ineludiblemente, todo individuo, sino que también se vive como humanidad y como comunidad. Estas ideas no son mías: importantes pensadores las han asumido y solo cabe encaramarme sobre sus hombros.
Chile está pasando por esa experiencia y vive el anhelo de un retorno a casa. La búsqueda de una nueva Constitución posee una dimensión simbólica que trasciende lo jurídico y lo político. Si se tratara tan solo de un asunto de reglas se hubiese encontrado otro camino. La persistencia en la idea de reemplazar, de remover íntegramente y sustituir responde a un convencimiento profundo que incluso escapa de la posibilidad de una explicitación racional.
Es cierto que en estas décadas se han alcanzado logros económicos muy valiosos. No reconocerlos y apreciarlos debidamente es también una forma de ceguera, pero, a su vez, no percibir —y sentir— lo perdido, es decir, extraviado durante ese itinerario, es acaso una cerrazón mayor, porque lo que se deja de lado es lo más propio de nuestra vida, el ser parte de una comunidad, el ser animales políticos, ciudadanos de la misma república y no mera apilación de individuos casualmente juntos en un territorio. Si Chile es algo, es algo más que eso.
Toda la literatura sobre el retorno a casa es, no obstante, una literatura sobre la dificultad de ese retorno —incluso sobre su imposibilidad— y también sobre la necesidad de emprender el camino incierto. Sería un grave error no hacerse cargo de modo honesto y serio de esa necesidad y esa dificultad. No hay lugar aquí para estratagemas mezquinas que busquen eludir el bulto ni tampoco para discursos de superioridad que aleguen haber encontrado ya de modo definitivo y nítido “la correcta vía”, porque lo más probable es que no la haya.
En los últimos meses parece despuntar una maduración. La imagen que propone Claudio Magris para reflexionar en esta hora en que se sueña un nuevo reencuentro y acomodo es la imagen del mar, una imagen tan pertinente para Chile. El mar es la figura sobre la cual se sostiene el arduo retorno a casa, ese mar, según canta uno de los versos más bellos de Occidente, “siempre recomenzado”.