No es sencillo ver en el fútbol chileno y sudamericano mucha adhesión a la evolución técnica de este deporte. Y la razón es sencilla de explicar, pero difícil de justificar: se entiende que en esta parte del mundo existe la verdad revelada y que el fútbol de barrio, de liga, de potrero, de playa o de cuneta es el que, en definitiva, construye los cimientos reales de esta actividad. Todo lo demás no son más que agregados teóricos levantados por escuelas lejanas que solo tienden a complejizar su natural sencillez.
Claro, es verdad que el fútbol tiene y seguirá teniendo sólidas bases emanadas de la simple intuición y habilidad del ejecutor. Pero no por ello parece lógico —en especial a nivel de alta competencia— quedarse solo con eso, con lo natural. Hay una modernidad en el fútbol que no se puede desconocer ni desechar, porque las circunstancias han variado.
Entre ellas, por supuesto, está la evolución de los puestos dentro de una oncena.
El “10” emblemático, ese que parece ser el símbolo mayor de la genialidad en un equipo, por supuesto que no ha muerto. Tampoco los punteros están bajo tierra. Ni el delantero centro se fue para la casa. Ni el mediocampista de contención. No. Pero sí es claro que todos ellos se han transformado. Han mutado ante el crecimiento sostenido de las respuestas táctico-estratégicas del fútbol moderno.
No se puede eludir este cambio. Los que lo intentan hacer terminan sucumbiendo y esa es una de las explicaciones reales de por qué, siendo que en Sudamérica sigue habiendo una producción notable de jugadores de alto nivel técnico, sus equipos y selecciones son hoy permanentemente superados en las competiciones mundiales (salvo honrosas excepciones).
Y mientras no se deje de lado ese orgullo casi irreverente y se tome nota de que hay que buscar las armas para hacer una mutación real, la verdad es que la brecha se seguirá profundizando.
Por eso es que cuando aparecen destellos de esa modernidad tan lejana en torneos de tono medio-menor como el chileno, vale la pena recalcarlo.
Veamos a qué nos referimos.
En las últimas semanas, tres jugadores chilenos, todos sub 23, fueron detectados y contratados por clubes europeos (Diego Valencia, Víctor Méndez y Marcelino Núñez) para formar parte de sus planteles. Y la razón es sencilla: pese a no tener ninguno de ellos gran experiencia internacional, sí han demostrado en sus carreras locales tener características de jugadores de fútbol del siglo XXI. Es decir, son dúctiles y pueden amoldarse a expresiones tácticas diversas. Y eso es lo que hoy seduce en Europa.
Sí, claro. Por ahora los tres partieron a clubes de nivel secundario y dependerá de muchos factores propios y exógenos que puedan ascender en sus carreras en la alta competencia europea. Pero al menos es indudable que con sus nuevas camisetas podrán terminar mejor sus procesos de crecimiento, los que podrán ser utilizados en beneficio propio y también, seguramente, en el de la selección nacional.
Será un poco de modernidad que les hará bien. Y quizás una señal para ir dejando de lado conceptos arcaicos y errados sostenidos solo por un inaguantable orgullo.