Chile había logrado un importante prestigio internacional. Una reputación que estaba muy por sobre su real influencia como país menor dentro del contexto internacional. A nuestro país se lo respetaba por su seriedad, su Estado de derecho, la estabilidad de sus normas que daban garantías. Y eso es de gran importancia para la soberanía y seguridad de un país que no tiene la fuerza militar ni la influencia económica de las grandes potencias. Ser respetado es un inmenso valor para un país lejano y con pocos habitantes, en un sistema internacional incierto y competitivo.
Fue un logro enorme de todos los gobiernos de Chile, gracias a un hilo conductor en política exterior que no se alteraba según el Presidente de turno: todos, de izquierda a derecha, comprendían que la política exterior es una sola, por sobre las diferencias internas. Se trata de la defensa de los intereses de todos los nacionales por igual, de la soberanía de Chile completo, pueblos originarios incluidos, pues chilenos somos todos.
Pero ahora, en nuestras relaciones exteriores, estamos abriendo peligrosas compuertas: se propone, en la nueva Constitución, que habrá otros actores además del Estado de Chile: regiones, pueblos y naciones indígenas en un extraño concepto de Estado plurinacional, abriendo una serie de interrogantes sobre cómo conducir la delicada política exterior. Se pretende priorizar las relaciones con América Latina y el Caribe, con lo cual se envía una señal de distancia a importantes socios comerciales de otras latitudes. Y desde la actual Subsecretaría de Relaciones Económicas se ponen en duda tratados comerciales. Todos, autogoles de consecuencias graves para las pymes que dependen de las exportaciones a todo el mundo.
Es legítimo que los pueblos originarios mantengan su identidad y tradiciones, pero nunca a costa de la unidad de Chile. La división mental y física que implicaría un Estado plurinacional nos alejará entre nosotros mismos, en vez de procurar la unidad y el progreso de un país para todos. En Argentina, a pesar de las tensiones políticas, sobresale un rasgo de carácter nacional que evita llegar al nivel de odio que hemos vivido acá. Las frecuentes protestas no terminan en la destrucción del metro, del comercio establecido ni en la devastación de parte de la ciudad. Y las autoridades argentinas les dijeron claramente a las actuales nuestras que el concepto de plurinacionalidad, y sus consecuencias vecinales, en Argentina no ha lugar.
Tal vez deberíamos intentar ver los recientes acontecimientos en Chile como un terremoto social, y reaccionar en la misma forma destacable en que lo hacemos frente a las catástrofes telúricas reales: con un sentido de unión y reconstrucción que nos debería enorgullecer, en vez de dividir.