Es un ejercicio complicado encontrar las razones de por qué la Universidad Católica perdió tan ostensiblemente la brújula de su proceso. Tras su segunda derrota consecutiva, los de Holan están lejos de alimentar el sueño del pentacampeonato y, por supuesto, de siquiera acercarse a la hegemonía que marcaron en las últimas temporadas.
Jamás tendremos detalles de lo sucedido a comienzos de año, donde la impresionante arremetida que los llevó al título consolidó la opción de Cristián Paulucci en el banco, pese a su inexperiencia. El técnico había participado de manera indirecta en todos los títulos del período, y cuando le correspondió asumir en reemplazo de Poyet, pareció encontrar las teclas exactas para mostrar un rendimiento impresionante y, al mismo tiempo, entregarles la responsabilidad a los jóvenes.
No sabremos —por esa sostenida costumbre de interrumpir los procesos sin dar explicaciones— qué ocurrió en esa pretemporada, donde se confió demasiado en el recambio de los jóvenes, se cedió a las presiones de la hinchada para retener a los referentes y se trajo a jugadores que eran alternativa más que opción titular, quizás en el afán de no frenar a los de proyección.
Así, de la noche a la mañana, el más exitoso proyecto del fútbol chileno entró en caída libre. No solo en el plano internacional —que ya es costumbre—, sino también en el interno, donde jamás se pudo dar con un equipo fijo. Solo el arquero Pérez, el goleador Zampedri y, a ratos, Fuenzalida se han salvado del descalabro, con la paradoja de que el primero debió ceder su puesto tras el retorno de Dituro y el segundo, aunque indiscutido, es el único que no tiene reemplazo en un plantel sobredimensionado para la realidad local.
De las explicaciones que han entregado Juan Tagle y José María Buljubasich solo se puede rescatar la autocrítica en torno a las contrataciones de inicio de temporada, que fueron corregidas y aumentadas en el mercado de invierno. La UC, en un año calendario, contrató un equipo completo: Peranic; González, Paz y Kagelmacher; Isla, Galani, Asad, Cuevas; Pinares; Orellana y Melano. Un alarde de recursos que no dio frutos y no se condice con las políticas formativas que enorgullecieron al club hasta hace muy poco.
Es verdad que transfirieron a Valencia, pero la deuda en la consolidación de los proyectos es demasiado evidente. Más aún si Alexander Aravena y Bruno Barticciotto han respondido en los clubes a los que fueron enviados. De Paulucci y su diagnóstico nunca más se supo, porque pareció tragárselo la tierra. Y la responsabilidad de Holan es evidente, pero tiene a su favor el beneficio de que tiene crédito para encontrar la fórmula y salir de este calvario.
Impensado y doloroso para un club que dicta cátedras en muchas materias, pero que este año se enredó en la indisciplina de su incontrolable barra brava, su increíble proyecto de infraestructura (que cambió la estructura de su directorio) y un olfato que parecía infalible, pero que se perdió como efecto inesperado de la pandemia.