David Cronenberg (1943) sitúa su nueva película en un futuro paralelo, extraño, donde la arquitectura, el confort y la tecnología —con importantes excepciones—, se han quedado congelados en la década de los 80. Pero los hombres han dejado de sentir dolor físico, lo que les permite sentir placer cuando son cortados por un bisturí. La cirugía estética, en consecuencia, va en su quinta derivada y la mutilación y deformación de los cuerpos es el nuevo avant-garde. En ese mundo, Saul Tenser (Viggo Mortensen) es una de las estrellas del circuito del arte, una celebridad instantáneamente reconocida donde llegue. Su arte consiste en crear nuevos órganos en su abdomen —suerte de órganos informes o tumores— que Caprice (Léa Seydoux), su pareja tanto en el escenario como fuera de él, extirpa en vivo durante unas performances llenas de onda, pulcritud y sensualidad, que son registradas por una audiencia silenciosamente excitada. Pero antes de eso, al comienzo de la cinta, un niño que come plástico es asfixiado por su madre. Más temprano que tarde el destino de Saul y del niño se encontrarán.
Si bien algunas películas de Cronenberg son de trama relativamente sencilla, directa, inscritas o casi inscritas a géneros determinados, otras son más sueltas, menos evidentes, más raras. Esta es de las últimas. Saul, además de criar tumores, es un informante para la Policía de los Nuevos Vicios, departamento que trata de seguir o perseguir los extraños cambios corporales que están conociendo los seres humanos pero que recurrió a aquel nombre porque era más “sexy”. Saul asiente cuando el policía le cuentan esto, porque entiende perfectamente el valor de que algo sea “sexy”. ¿Pero el que asiente en el fondo no es también el mismo Cronenberg, que ha vestido también de aura sexy muchas de sus películas? ¿Se está autocomentando, autoparodiando? Como es posible imaginar, esta no es de aquellas películas de Cronenberg que te mantienen al borde del asiento. Sí funciona en entregar esa atmósfera ominosa, indeterminada, algo decadente, tan propia de este canadiense, donde no solo suma la premisa y la dirección de arte, sino que también la misma actuación, especialmente la de Viggo Mortensen, que coopera en poner al espectador incómodo, a medio camino entre la irritación y la compasión con su personaje. El hecho de que la trama sea explícitamente enrevesada, con líneas paralelas que se cruzan forzadamente, invita a leer la cinta en clave metafórica, a mirarla más como un juego de espejos. Ahí está la idea del artista como un hombre que cría tumores en su interior mientras duerme en una suerte de gran útero (¿su inconsciente?). Pero, a la vez, resulta incapaz de sacarlos a la luz por sí mismo. Una mujer debe hacerlo por él: ¿es ella la verdadera artista? ¿Esos órganos informes que saca del vientre de su pareja no son acaso fetos incompletos? Por supuesto, ellos no tienen hijos. Los órganos informes vienen a serlos. ¿Es ese el destino de los artistas: tener obras en lugar de hijos? ¿Resulta existencialmente suficiente, satisfactorio? ¿Basta a los artistas su obra? Cuando le ofrecen a esta pareja hacer la autopsia del niño asesinado, Saul lo considera interesante. Caprice se descompone apenas ve al niño: ¿está pensando en los hijos que no ha tenido? En toda la cinta no hay otros niños. Solo este. Dado el contexto social, no es raro: el bisturí ha reemplazado al sexo tradicional. En un director que controla sus películas con una mano clínica, nada de esto es casual o azaroso. Otro tanto se podría especular respecto a que Saul sea informante de la policía: ¿el artista al servicio de la vigilancia y el control? ¿El artista como topo? Con todo eso en vista, resulta difícil leer si Cronenberg se identifica con Saul o se está riendo de él; si los artistas que despliega en la cinta merecen algo de respeto o no son más que una tropa de chantas. Atendiendo a la mordacidad que ha mostrado en su trabajo previo, lo natural sería a decantar por lo último. Cronenberg parece haber imaginado un futuro sin dolor, hedonista e infecundo.
Crímenes del futuro
Dirigida por David Cronenberg.
Con Viggo Mortensen, Léa Seydoux y Kristen Stewart.
Canadá, UK y Grecia, 2022, 107 minutos. En cines y, desde el 29 de julio, en Mubi.