Hoy se nos ofrece la parábola del Buen Samaritano, con la que Jesús responde las preguntas: ¿Qué tengo que hacer para alcanzar la vida eterna? ¿Quién es mi prójimo?
La respuesta en forma de relato es una preciosa catequesis acerca de lo primordial de la Ley: aquellas tradiciones, mandamientos, historias, que —de generación en generación— iban configurando aquello que la comunidad reconocía como Buen vivir. Quien cumple lo medular de ello, en este relato, es el extranjero, el samaritano, que probablemente no conocía los preceptos de la Ley, pero que los vive en forma de compasión.
Esta parábola ha sido puesta como pórtico de entrada de la encíclica Fratelli Tutti del papa Francisco sobre la Fraternidad y la Amistad Social, dada a conocer hace un par de años. Vuelvo a recomendársela, querido lector, querida lectora: sigue siendo un escrito con invitaciones muy vigentes. Algunos guiños a su contenido, que busca actualizar la parábola a los tiempos que corren, dicen relación con darse cuenta de lo que les ocurre a los demás, estar con los sentidos abiertos y, cuando es menester, dedicar tiempo, detenerse. Se trata de evitar confundir lo que está bien con lo que conviene. Es también una invitación a la colaboración, a contar con los demás en sentido amplio: como el samaritano que confía al posadero el cuidado del hombre malherido al lado del camino.
Pasado el año que fue el plazo señalado para la redacción de una propuesta de nueva Constitución, hemos conocido el lunes el escrito final de este esfuerzo deliberativo. Tendremos ahora un tiempo de dos meses, hasta el 4 de septiembre, para conocer en profundidad el texto y preguntarnos si es lo mejor para nuestro país. Las páginas de la propuesta no son las tablas de la ley escritas en piedra ni han sido reveladas por Dios, sino un texto que ha sido redactado por compatriotas elegidos democráticamente, acogiendo la diversidad entre quienes habitamos esta tierra. Como todo esfuerzo humano, es perfectible.
Me ha sorprendido la polarización creciente que hemos experimentado en nuestro país. Es evidente que hay divisiones y diferencias profundas entre nosotros. Las distintas aproximaciones ante el proceso constitucional pueden ser expresión de los abismos de distancia entre personas que debiéramos entender como prójimos. Es muy difícil discrepar y mirarse como legítimos otros cuando lo que está en juego son posiciones ideológicas o que tocan intereses particulares que con facilidad descuidan el cuidado del bien común. O cuando tratamos a los demás desde los prejuicios o encasillamientos, sin dialogar o provocar verdaderos encuentros. Cuando no salimos de nuestras trincheras que pueden enceguecernos o hacernos insensibles a los dolores de los demás. Hagamos, en lo cotidiano, lo que esté a nuestro alcance para que ocurra lo que anhelamos ahora y a contar del 4 de septiembre en la noche: que nos reconozcamos y tratemos como prójimos que somos, sea cual sea el resultado de la votación.
“¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?”. “El que tuvo compasión de él”, le respondió el doctor. Y Jesús le dijo: “Ve, y procede tú de la misma manera”.
(Lc. 10, 36-37)