Difícil no escribir sobre el dólar este frío domingo. La caída de 17% en el valor del peso en poco más de un mes es una verdadera bofetada a nuestros bolsillos y a nuestro ego. Pero antes de correr a exigir medidas, es necesario tener un buen diagnóstico. Por eso, algunas observaciones son atingentes.
Quizá convenga partir por lo obvio: la capacidad de crecimiento de Chile está debilitada estructuralmente. Malas políticas y una inmensa incertidumbre institucional han golpeado la inversión y empujado la salida de capitales. En suma, somos un país más pobre y un peso más débil es la manera de reflejarlo. Nadie lo siente con más claridad que los inmigrantes que destinan buena parte de sus ingresos para mandar remesas en dólares a sus familiares.
A su vez, las condiciones cíclicas apuntan a una desaceleración en Chile. Los desequilibrios que se generaron en nuestra economía —fruto de los retiros y de la política fiscal muy expansiva— hacen difícil el aterrizaje suave. Como en ciclos anteriores, la moneda débil acompaña —en parte anticipa— la caída de la demanda doméstica. En otras palabras, las recesiones vienen acompañadas de un peso débil, y los auges, de un peso fuerte. La intensa depreciación podría estar anticipando un ajuste mayor al de consenso. Debemos sumar a ello cambios en las condiciones externas que en las últimas semanas han sido importantes. Las mayores tasas de interés internacionales, y la caída en el precio del cobre —en buena parte reflejo del mismo ajuste monetario— son también abono para la pérdida de valor del peso.
Por último, el desanclaje de las expectativas de inflación refleja que la amenaza de descuadre fiscal está latente, lo que aumenta el costo de cumplir la meta de inflación. Sin un plan fiscal consolidado, la combinación de tipo de cambio e inflación no converge fácilmente.
Todos estos argumentos apuntan a un peso débil. ¿Pero a mil? Los fenómenos de depreciaciones fulminantes tienen siempre algún componente especulativo, pero es difícil que ese ingrediente encuentre terreno fértil en economías fuertes. Es por ello que la legítima discusión sobre una intervención cambiaria no debe desviar el foco respecto de los problemas de fondo que afectan a nuestra economía y que tienen al peso contra las cuerdas.
La política cambiaria efectivamente es del Banco Central, pero muchos de los fundamentos que determinan el valor del peso no lo son. Más allá de los vaivenes de corto plazo, la debilidad del peso es parte del precio que estamos pagando por el esfuerzo de refundación del país. No hay intervención cambiaria que pueda competir con ello.