El debate público sobre los méritos y deméritos de un cierto diseño constitucional para Chile se convirtió en un diálogo de sordos. Tiene razón el expresidente Lagos en que el debate ni siquiera se ha iniciado y parece ser que la oportunidad para llevarlo a cabo se perdió. Pensé que durante el funcionamiento de la Convención Constituyente se podía dar. Pero no. Recuerdo, en sus inicios, que un grupo de constituyentes solicitó que se abriera un período de reflexión, y no hubo de parte de quienes entonces conducían el proceso una acogida a esa reflexión, un período a todas luces necesario. Lo que se advierte, entonces, cuando se toma un mínimo de distancia, es hoy un batiburrillo entre dos grupos contrapuestos, los cuales ya tienen una decisión enteramente adoptada, acusándose mutuamente de distorsionar la posición del otro y monologando sobre las virtudes de la propia; no solo hay equívocos, sino acusaciones permanentes de generar equívocos sobre equívocos. Lo que se escucha así son golpes cada vez más fuertes sobre la mesa. Como ocurrió dentro de la Convención, ahora fuera no existe un conductor que dirija el debate, falta y faltó un primus inter pares, una persona o grupo al cual el resto de la comunidad le reconozca la autoridad para moderar y dar una dirección a este proceso que hasta ahora es solo el resultado de un procedimiento y no de la auténtica voluntad de escuchar y abrirle espacio a lo que el otro opina para que la ciudadanía decida con las razones a la vista.
Lo que sucede, por desgracia, en situaciones como esta y en otras similares en la vida cotidiana en que se plantea un diálogo de sordos, es, simplemente, la opción por no participar en ese griterío inútil. ¿Para qué?
La opinión que se dé no es una razón que se sopese, sino, independiente de lo que se diga, un número que se añade en una u otra de las sumas.
Me parece que hubo un error grave desde la Convención en prescribir que no se debatiera mientras no hubiese un proyecto definitivo de norma. El apetito por opinar no debió nunca contenerse porque, precisamente, ese era, en el momento en que se planteaban los distintos esbozos, las fases previas y tentativas, las distintas propuestas, la gran oportunidad para abrir un espacio público al debate, porque en ese período, precisamente, tiene sentido. Ahora ya no hay diálogo, sino solo propaganda.
Cada cual, de modo autodidacta, huérfano de un debate auténtico, está entregado a las limitadas fuerzas de su intelecto y, sin una común reflexión, deberá adoptar su decisión sobre lo común. Es penoso.