Las noticias más destacadas de estos días (y desde hace tiempo y seguramente por un buen tiempo más) provienen del campo de la política, y las más numerosas, de los territorios del crimen. Las novedades del deporte no están en las vitrinas más importantes, aunque pueden aparecer en ellas en casos muy especiales, particularmente por buenos resultados internacionales, que tampoco son muy habituales.
El fútbol, en particular, asoma en el panorama noticioso casi por lo que me atrevo a llamar inercia informativa. Los medios informan y comentan los hechos que acontecen por imperativo de las preferencias de los lectores. No sería admisible que de los partidos más importantes del campeonato local y de los internacionales con participación de chilenos no se informara. Sin embargo, en los comentarios se anota con insistencia que el nivel técnico es bajo y el dirigencial suele ser desastroso. Así, la importancia mediática la decide el público y no sus protagonistas directos.
Otra cosa es la mantención del atractivo del fútbol como espectáculo y como práctica para los más jóvenes. Es complejo analizar hoy su atractivo para el público, pues el comportamiento de las barras obliga a jugar con aforos limitados o estadios vacíos. Y en cuanto a su imán para futuros profesionales, hay que considerar, en primer lugar, que las divisiones menores nunca han sido preocupación importante de los clubes, salvo en ocasiones muy especiales, como la Unión Española en 1941, la Universidad de Chile en los 60 y la UC de nuestro tiempo. Y hoy, en el régimen de las Sociedades Anónimas Deportivas, los jóvenes de las canteras propias son vendidos apenas despuntan para sostener las tesorerías. De modo que las divisiones inferiores no son un surtidor generoso para la Primera División ni, por ende, para el seleccionado.
Ahora bien, volviendo al comienzo, recuerdo que Luis Santibáñez, el entrenador de clubes (exitoso en títulos) y del seleccionado, sostenía en su época que el fútbol había perdido mucho en su captación de jóvenes porque estos se habían alejado del fútbol para acercarse a la política. Eso era lo que más los atraía desde los 60 o más precisamente a finales de esa década.
Eso es real. En efecto, a fines de los sesenta empezaba a expresarse una nueva forma de manifestar opciones políticas. Directa, dura, violenta. Viajando desde Concepción, el MIR de Miguel Enríquez y Luciano Cruz se extendía por el país con una dureza teñida de romanticismo por sus seguidores, militantes y protagonistas. El mismo fútbol empezaba a manifestarse de forma distinta. El público chileno, tradicionalmente gris en su vestimenta y conducta, se fue transformando en vociferante y agresivo para estrenarse con su nueva cara en la tarde del 13 de abril de 1969, cuando en el Estadio Nacional se empató sin goles con Uruguay, en el camino hacia el Mundial de 1970.
Aquel fue un partido en el que los seleccionados uruguayos mostraron una vez más su prepotencia de entonces, tal vez entendiendo que “en Chile nunca pasa nada”, como lo entendía esa tarde el árbitro Aurelio Bossolino. Pero esa tarde pasó algo. El público dificultó la salida de la cancha de los seleccionados de la Celeste y los volvió a cercar en los vestuarios.
Y esa tarde, por primera vez en nuestra historia, la policía debió usar gases lacrimógenos. El fútbol, una vez más, no escapaba de los rumbos del país. Porque nada escapa. Porque, como creo, todo tiene que ver con todo