La Constitución de 1980 desde sus orígenes no fue acogida con respaldo popular. Autoría, aprobación en plebiscito ilegítimo y disposiciones incompatibles con las regulaciones democráticas motivaron que desde su vigencia fuera reiterado objeto de reformas, sin lograr que se la reconociera como instrumento de unidad. Esa aspiración se reiteró en noviembre de 2019, en medio del denominado “estallido social”, en que se planteaban razonables reivindicaciones y demandas, y en paralelo se llevaba adelante una ola de destrucción de bienes públicos y privados sin precedentes desde la recuperación de la democracia. Los líderes parlamentarios de entonces (entre ellos, el actual Presidente de la República) ante la crisis política y social en desarrollo acordaron una salida consensuada para restablecer la paz, el orden público y la institucionalidad vigente. La solución matriz fue encomendar una propuesta de nueva Constitución a una Convención Constitucional que recientemente ha dado cuenta de su labor, sobre la cual se pronunciará el electorado el 4 de septiembre.
El procedimiento diseñado pudo ser un reencuentro de la comunidad nacional, cuyos lazos estaban fracturados producto de un neurotizado estilo de relaciones descalificadoras, ausente de confianzas y respetos recíprocos, lo que imposibilitaba buscar la unidad dentro de las discrepancias. Lamentablemente, resultados que se conocen y comentarios que al respecto se hacen acreditan que no se ha alcanzado ese plausible objetivo. Una avalancha de propuestas normativas (muchas de ellas correspondería sean tratadas en sede legislativa) ha conducido a sugerir un estatuto refundacional que dinamita instituciones desperdiciando aspectos positivos que han permitido el crecimiento y desarrollo del país; incursiona en temas sensibles para la persona humana y sus convicciones íntimas, y no respeta o salva derechos adquiridos de acuerdo con ordenamientos vigentes al tiempo de su ejercicio.
En definitiva, el ambiente nacional ha sido polarizado una vez más en dos extremos antagónicos, lo que determina que acciones, agendas y obras racionalmente comunes no puedan acometerse. Consecuente con lo ocurrido, los sondeos de opinión señalan que las opciones en cotejo alcanzarán votaciones cercanas, es decir, ninguna de las dos opciones se impondría categóricamente a la otra. Se dice que no existirán vencedores, pero el gran perdedor será Chile, pues una cuestión tan determinante como es contar con una Constitución Política mayoritariamente respaldada quedará pendiente, subida al columpio de la cotidiana discusión mediática.
Afortunadamente hay personalidades, como el Presidente Ricardo Lagos, que entienden que un resultado en esos términos no resolverá nada y, por el contrario, agudizará la brecha que nos separa, por lo que hay que tener preparado un nuevo itinerario que conduzca a un texto que razonablemente sea apoyado por una gran mayoría. Planificar oportunamente ese cronograma y su montaje correspondería hacerlo al Presidente de la República y al Congreso Nacional, representantes legítimos de la soberanía popular. Su concreción tal vez debiera precisarse en un Acuerdo Nacional, como en 2019, pero ahora encabezado por el Primer Mandatario, invitando a respaldar no solo a los partidos políticos, que son insustituibles, sino, como ahora se dice, a todas y todos, en particular académicos, artistas, intelectuales, empresarios, trabajadores, pensionados, estudiantes y profesionales, dirigencias vecinales y de la base social, organizaciones de extranjeros avecindados y las entidades dedicadas al espíritu, como iglesias cristianas y no cristianas, la Gran Logia Masónica y otros.
Esta precavida fórmula debiera dar a conocer sus planteos prontamente, pues el 4 de septiembre está cercano. Lo importante es que al siguiente día 5 la solución se encuentre operable y las autoridades cuenten con herramientas apropiadas para anticiparse a la compleja problemática que podría producirse frente a resultados como los vaticinados. Se sabe lo riesgosos que son los días siguientes a las batallas y los carnavales, y lo que ocurre en nuestro Chile tiene algo de unas y de otros.
Enrique Krauss