La Convención Constitucional dio cumplimiento a su mandato, entregando al Presidente de la República el proyecto de nueva Constitución.
Hubiésemos querido un proceso más fraterno, que hubiera sido con más diálogo y menos enfrentamientos. Donde se hubiera concordado un texto, en el sentido etimológico, “unir de corazón”.
No podemos negar que hubo errores, fallas incluso a la probidad, como Rojas Vade, que posiciones maximalistas impidieron, en ocasiones, tener mayores consensos. Que circularon fake news por doquier, que los medios se solazaron destacando aquello.
Pero tenemos una oportunidad a partir de hoy: actuar de buena fe. Ese fue el llamado del Presidente Boric ayer, que la ciudadanía pueda informarse y que la campaña sea para que se decida conociendo lo que plantea la nueva Constitución.
El texto presentado refleja lo que las y los constituyentes elegidos al efecto por el pueblo de Chile, y en su representación, acordaron ofrecerle a la ciudadanía para que esta lo acepte o rechace. Pero esa decisión debe ser informada, debe la ciudadanía comprender la diferencia del tipo de Estado que tenemos respecto de aquel que ofrece la nueva Constitución.
Es una oportunidad —la misma que no prosperó del todo entre los constituyentes, en atención a la intransigencia de unos pocos— para que cultivemos el diálogo ciudadano, la empatía y la posibilidad de reencontrarnos como país. Y desde ahí, desde el respeto y la tolerancia, e independientemente del resultado final, construir el país que anhelamos para todos y todas. Para construir el Chile en que queremos vivir, primero debemos convivir.
Las “alarmas” de la Convención son, en realidad, un llamado a la política. A poner las ideas por sobre los individualismos. Es el momento de que los partidos políticos y sus dirigentes asuman la responsabilidad que les (nos) cabe en relación con el objetivo final: la aprobación de una nueva Constitución. Debemos ser autocríticos: no fue casualidad que la mayoría de los constituyentes no proviniera de la política tradicional. Fue la ciudadanía quien escogió a sus representantes, mostrando profunda desconfianza hacia las élites.
La Constitución de 1980 —con la subsidiariedad del Estado, la exacerbada protección del derecho de propiedad, ninguna mención a mujeres, niños, etcétera— está superada. Las y los socialistas hemos anhelado por 50 años tener una Constitución que avance a un Estado social y democrático de derechos. Y avanzar hacia lo que la ciudadanía ha reclamado a través de “No más AFP”, “fin al lucro en la educación”, “salud para todos”.
Este proyecto puede no ser el ideal, contener excesiva cantidad de normas, pero aborda los temas esenciales: derechos humanos, democracia paritaria, Estado de bienestar; y es el proyecto que se construyó por el constituyente que el pueblo de Chile eligió. Respetemos nuestra institucionalidad y debatamos con altura de miras, sin mentiras ni manipulaciones.
La esencia del proyecto responde a lo que Chile necesita hoy, y en el evento que en el futuro exista consenso social y político, podrá modificarse; esta Constitución, al contrario de la vigente, no quedará escrita en piedra.
La nueva Constitución no cambiará Chile de un día para otro. Pero los sesenta días que restan para el plebiscito sí pueden tener un efecto importante en nuestra sociedad: que debatamos con respeto, sin descalificaciones, que no polaricemos la discusión y el país. Esto no es de bandos, no nos dividamos entre buenos y malos.
El 5 de septiembre debemos seguir conviviendo y trabajando por nuestro país. Ayudemos a que este proceso sea fructífero y nos permita conversar, como los hicimos en los encuentros autoconvocados de la Presidenta Bachelet, en los cabildos ciudadanos posestallido, en los Zoom de la pandemia.
Conversemos y convenzamos.
Convencer y no simplemente vencer.
Paulina Vodanovic