¿Cuál es el sentido o significado del acto de ayer? ¿La culminación de la etapa más relevante o, en realidad, el simple inicio de esta última?
Lo que enseña la historia es que este tipo de actos son el comienzo de una larga etapa que tampoco se agotará en el plebiscito de septiembre. Sea que el proyecto se apruebe o se rechace, será el inicio de un largo proceso de construcción de acuerdos donde las fuerzas políticas no serán las que han predominado en la Convención, sino aquellas que hoy pueblan el Congreso Nacional. Si el proyecto se aprueba, habrá que proceder a una abundante producción legislativa para que las reglas y principios que contiene sean ejecutables. Si, en cambio, se rechaza, habrá también que construir un gran acuerdo para sustituir la Carta del 80.
En cualquier caso, el rito de ayer habría marcado el comienzo de una larga transición hacia un nuevo orden normativo.
En otras palabras, el proceso constitucional apenas ha comenzado.
Fue lo que ocurrió en los inicios de la democracia de masas chilena, con la Carta del 25. Aprobada ese año (por un porcentaje mezquino de la población y una vez que Arturo Alessandri desatendió su promesa de entregar su redacción a una asamblea), logró comenzar a orientar la vida pública chilena recién hacia 1932. En el intertanto, ocurrieron la dictadura de Ibáñez, el intento de Grove. Fue como si la sociedad movida por una pulsión que no lograba dominar del todo hiciera esfuerzos, un poco a ciegas, por ajustarse. Hasta que se logró. Fue el inicio de lo que suele llamarse el estado de compromiso, donde las capas medias arbitraban en cierta medida el conflicto político. Esa fase de la historia concluyó luego de cuarenta años.
Sería ingenuo creer que con este texto y el posterior plebiscito el esfuerzo por construir un nuevo orden normativo —los siguientes cuarenta años, como dijo el Presidente— habrá concluido. En realidad, y fuere cual fuere el resultado, estará comenzando.
Y en ese proceso, no vale la pena engañarse, y la derecha sobre todo habrá de tenerlo presente, hay una sola cosa que no es posible hacer: taponear o intentar taponear las fuerzas que ya se han desatado y para las cuales el actual orden constitucional debe ser sustituido (si gana el Apruebo) o modificado radicalmente (si gana el Rechazo), en cualquier caso, cambiado. Y la izquierda, y el Presidente, también tienen delante suyo algo que no deben en caso alguno hacer: dejar esas fuerzas al garete, sin conducirlas, creyendo que de su mera espontaneidad podría salir algo virtuoso.
Alguna vez Marx observó que las sociedades solo se planteaban los problemas que podían resolver. Ello era así porque los problemas asomaban cuando el cambio se había ya producido en el subsuelo de lo social, de manera que era cosa de ajustar la superficie a ellos. ¿Será el caso del Chile contemporáneo? Hasta cierto punto, sí. La autocomprensión de la sociedad chilena ya cambió, y el ideal de la autonomía, que sembró la modernización, se ha expandido dando lugar a una diversidad consciente de sí misma, deseosa de reconocimiento. El fenómeno no es nuevo. En el 25 fue la aparición del proletariado urbano el que desató la necesidad de construir un nuevo orden. Hoy son la individuación, las nuevas culturas generacionales, los grupos medios que esperan seguridad y consumo.
La aparición de un nuevo orden normativo que pueda reencauzar y reconocer esa realidad requerirá, sin embargo, de las artes de la política.
Suele creerse que la política consiste en diseñar políticas públicas y ejecutarlas. Eso es así en tiempos que podrían llamarse normales. En tiempos excepcionales, cuando las expectativas se encienden y las fuerzas sociales muestran un dinamismo más o menos espontáneo, se abre la oportunidad para la política como un quehacer capaz de configurar la vida colectiva y conducirla. Es lo que alguna vez se ha llamado la política con sentido nacional, no la política al interior de la nación, sino la política concebida como tarea que se propone construirla, modelarla, ponerla a la altura de los tiempos.
Esa frase —la altura de los tiempos— pertenece a Trajano, quien en una carta dice a Plinio que castigar a los cristianos no estaría a la altura de los tiempos. Mostró así Trajano que hay momentos en que los tiempos más que las personas son los que mandan. Es lo que está ocurriendo en el Chile contemporáneo: hoy la altura de los tiempos reclama un cambio normativo y será ineludible comenzar a construir un acuerdo para lograrlo.
Carlos Peña