“¿Usted es padre?”. “Sí”, contesté hace dos semanas a un joven inmigrante de unos 23 años que me estaba cortando el pelo en una peluquería del barrio Matta. No era la primera vez que me atendía y ese día tomó la iniciativa para hablar de Dios. “¿A qué hora es la misa del domingo?”... Y con mi mejor sonrisa, le respondí: “A las 9:30 y a las 12:00”. A continuación, “¿Hay horario de confesiones?”... y quedé plop.
Me despabilé y tomé también la iniciativa. Conversamos de varios temas, nos reímos y nos despedimos, con la ilusión de encontrarnos en la misa del domingo. Pero esa semana contraje covid y no puede celebrar por la cuarentena.
¿Usted es padre?... Cuando iba de vuelta a la parroquia, le agradecí al Señor, porque siempre ando “disfrazado de cura”, ya que mi ministerio es público y los demás tienen derecho a identificarme por los beneficios pastorales de la gente. Pero me dio pena mi pasividad, mi falta de fe o comodidad ante la misión apostólica del evangelio de hoy.
Jesús “los mandó delante de él… adonde pensaba ir él” (Lucas 10,1). Es decir, el Señor confía que tú y yo pasemos antes que Él por las vidas de esas personas que tenemos a nuestro alrededor. Esta misión apostólica la organizó Jesucristo hace dos mil años y sigue ahora muy vigente y no parará hasta el último día del fin del mundo.
La tarea que se nos encomienda tiene tres características: no termina, es difícil y se necesita confiar en Jesús. La primera es la marca registrada de este camino: “La mies es abundante y los obreros, pocos; rogad, pues, al dueño de la mies” (Lucas 10,2). Esta desproporción entre lo que soy y a lo que estoy llamado siempre se ha dado en la historia de la Iglesia y en la historia personal del bautizado. Es la sal, la semilla de mostaza… la levadura del evangelio.
La segunda característica es la dificultad de esta misión: “Miren que los envío como corderos en medio de lobos” (Lucas 10,3). Hace dos semanas, tomando desayuno con los de confirmación, me contó una chiquilla de 15 años: “Me mandaron a inspectoría, porque no acepté que la profesora afirmara que ninguno del curso creía a Dios”. Ella y otras dos sí creían, y eso las ofendía. Finalmente, no fue castigada.
En el camino cristiano no sirven las confianzas humanas: “No lleven bolsa, ni alforja, ni sandalias (Lucas 10,4)… No te apoyes en las encuestas de credibilidad, recursos, prestigio, redes, contactos, etc. Hay que confiar en quien nos dio la misión, porque no a todos los harán entrar en las casas (v.10), no siempre habrá gente de paz (v.6) y tendrán otras contradicciones.
¿Qué hacemos, Señor? ¿Llegamos hasta aquí con la misión?... ¡Sigue, a pesar de todo! De hecho, los discípulos salieron superando las contradicciones: “Si entran en una ciudad y los reciben, coman lo que les pongan, curen a los enfermos que haya en ella, y díganles: El Reino de Dios ha llegado a ustedes” (Lucas 10,8-9). Mi vida cristiana no depende de los resultados, sino de mi generosidad y respuesta a la gracia de Dios, de lo que rece y viva.
¿Te calzan estas características o estás buscando un camino pavimentado, ancho y a tú medida, apoyado por las encuestas, con altos índices de credibilidad donde escoges como en un supermercado las enseñanzas que más te sirven? Hace poco, Jesús nos advertía: “Entren por la puerta estrecha. Porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos entran por ellos. ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida! Y pocos dan con ellos”. (Mateo 7,13-14).
Sigamos el consejo del apóstol Pablo: “En cuanto a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo” (Gálatas, 6,14). ¡Creamos! “(Él) transformó el mar en tierra firme, a pie atravesaron el río” (Sal 66 (65),6).
“Si entran en una ciudad y los reciben, coman lo que os pongan, curen a los enfermos que haya en ella, y díganles: El Reino de Dios ha llegado a ustedes”.
(Lucas 10,8-9).