Recomiendo ver la última temporada de Stranger Things. No voy a contar detalles de la serie. Solo notar que un nuevo portal en el fondo de Lover's Lake es clave en su trama. Al cruzarlo, los jóvenes personajes viajan al universo paralelo, el Upside Down (la realidad al revés). Geográficamente es idéntico al mundo real, pero es inhóspito y su obscuridad solo cede a relámpagos que salen de nubes rojas. Nada bueno puede salir de allí.
Viajar en el metro de Santiago siempre informa de la realidad local. La cosa anda mal, las personas abusan de grises y pasteles al vestirse. Mejores condiciones, los colores afloran. La contingencia sanitaria, claro, mantuvo a muchos alejados de la red que lleva al subsuelo de la ciudad. Pero con el retorno de la normalidad, se desempolva la bip! y ya. Así, como pajarito nuevo, uno entra al familiar tren, sin saber las novedades que encontrará.
Una es el lenguaje. El chileno siempre ha sido bueno para el garabato, pero escucharlo a grito pelado, casi en la oreja en el tumulto, es novedad. El fenómeno es marcado entre algunos jóvenes, tomando incluso un tono contestatario. Para comprobarlo intente lo siguiente: pida evitar el uso de groserías en el tren a algún veinteañero. Le apuesto que lo baña con las mismas de vuelta y luego incluso sube el volumen. Como si el gusto por hablar con malas palabras pasara por incomodar.
Otra forma de violencia es también parte del nuevo paisaje del vagón. No estoy hablando de peleas a combo (que también hay), sino de una creciente disposición a echar la choreada sin provocación. Lo ilustro con una anécdota. Estación Los Héroes, 2 pm. “Comienza el cierre de puertas… beeeee”. Aparece un adolescente, se para en la puerta con los brazos abiertos y evita el proceso por casi un minuto. Él, de frente a los otros pasajeros, amenaza con la vista. “Soy entero choro, miren cómo paro el tren”, parece pensar. Un acto de rebeldía intrascendente, ¿en contra de quién? ¿Qué gana al provocar? ¿No se afecta él también? Sobran anécdotas así.
Y un punto quizás menor. Tatuajes y pelos multicolores pueden sorprender a quien retorne al metro. Seamos claros: la decisión de hacer con el cuerpo lo que a uno le plazca no está en cuestión. Sí llama la atención la peculiar amplitud del fenómeno en parte de la juventud. Puede ser moda, pero ¿y si hay algo más? ¿Llamar la atención o impugnar? Vale la pena ver la foto de gente desnuda tomada en el Parque Forestal el 2002 por Tunick. ¡Qué distinta sería en la actualidad!
Una de las incógnitas de Stranger Things es dónde están los portales que dan al Upside Down. Similar duda puede dejar un viaje en metro en la capital. ¿De dónde sale lo que parece ser una extraña disposición a desafiar que caracteriza a parte de la sociedad? ¿Será la frustración de una década de salarios estancados? ¿El acceso a educación de mala calidad? ¿Familias quebradas? ¿Redes sociales? Y, peor aún, ¿hasta dónde grupos radicales pueden aprovechar la oportunidad? Preocupante. El futuro de un país depende de los esfuerzos colectivos por identificar, comprender y tratar cualquier atisbo de portal.