¿Es Cristián Warnken el Nelson Mandela chileno? A simple vista no tienen nada en común. Salvo que ambos se formaron políticamente en la ideología de izquierda, radical, incluso (Mandela abrazó la lucha armada y Warnken quiso ser del MIR, aunque ya se le había pasado la vieja). Y salvo la estatura espigada y el don de la palabra. Y sí, también salvo por la vocación similar de ambos: tratar de conectar puntas… y puntos.
La fama de Nelson Mandela se basa en que logró unir a una Sudáfrica fracturada en dos bandos aparentemente irreconciliables. Logró erradicar la nefasta política del Apartheid y convertirse en el primer mandatario negro de su nación. La izquierda y la derecha lo galardonaron con premios por la paz y en su país y el mundo lo convirtieron en ídolo.
Por eso aquí muchas voces comenzaron a buscar a un “Mandela chileno” después del estallido del 18 de octubre.
¿Es Cristián Warnken, como líder del movimiento Amarillos por Chile, ese grupo de personas de centroizquierda que llama a votar Rechazo por lo malo que quedó el texto propuesto por la Convención, el esperado “Mandela chileno”?
No lo creo.
Es que nuestro país ya tuvo un “Mandela chileno”: Patricio Aylwin. Y de hecho, “Don Pato” hizo su “mandelada” antes de que Mandela hiciera la propia. Acuérdense cuando en el Estadio Nacional lleno de partidarios democratacristianos y socialistas dijo que la transición política que se iniciaba con él en La Moneda debía incorporar a los que parecían ser los bandos en pugna: “Sí, compatriotas, civiles o militares, ¡Chile es uno solo!”, dijo.
Siempre he pensado que Aylwin fue un modelo para Mandela. Un modelo de modales para Mandela, como si fuese un trabalenguas.
Entonces Warnken no puede ser EL “Mandela chileno”. Pero podría llegar a ser un “neo-Mandela”, en versión dos punto cero.
Para eso tendría que tener éxito con su cruzada de conseguir el triunfo del Rechazo para iniciar un nuevo proceso constituyente que ahora sí conduzca a construir “la casa de todos”. Y luego tendrá que ayudar a tejer el nuevo acuerdo social y político que fije las renovadas normas para conseguirlo.
Warnken está viviendo ahora mismo una metamorfosis. Antes de convertirse en Mandela pasará por la etapa de “mandala”, esa imagen siempre concéntrica que suele estar pintada con múltiples colores y que representa la sabiduría, el equilibrio y la moderación. Hoy lo que predomina en Warnken es el color amarillo, que a veces se vuelve medio anaranjado y otras veces se le ve hasta púrpura. Pero así debe ser la cosa, supongo. Yo pronostico que se viene una fiebre amarilla en las próximas semanas, con diversos grupos y submovimientos que se sumarán a la ruta marcada por Warnken y los suyos. Todos ellos son puros rebeldes, que siempre han rechazado las dictaduras y ahora, como en 1988, volverán a decir que no al poder autoritario que busca imponer —esta vez— el rojo como el color único y obligatorio.