Muy buen tema el que plantea el retorno de Mauricio Isla, el mejor lateral por la derecha del historial futbolístico chileno, en mi opinión. Los casos más notables de retornados fueron señalados en las páginas del lunes. Casos notables por la calidad, popularidad y carrera de los protagonistas. Y por su impacto en los medios y en los clubes de su arribo.
Hay algunos regresos que tienen interés, también, por el efecto que su periplo internacional y retorno tuvo en los propios viajeros.
Seguramente el más notable es el de Marcelo Salas, uno de los mejores futbolistas chilenos y autor de varios de los mejores goles que se recuerden. El Salas que emigró en 1996 para jugar en River Plate no fue el mismo que regresó a la U en 2005. Más aún: ya era otro en sus primeros partidos en Argentina.
Debutante en la U en 1993, el “Matador” fue figura decisiva en las campañas históricas de los azules en 1994 (retorno al título al cabo de 25 años) y 1995, además de llegar en 1996 a aquella historiada semifinal perdida ante River Plate en Buenos Aires. Cien partidos y más de 70 goles para Universidad de Chile. Ese era su cartel para estrenarse en Argentina con un gol contra Boca Juniors en la Bombonera, iniciando su gira mundial.
¿Y qué es lo notable? Que la montonera de goles que hizo para la U dejó en la retina del espectador chileno la imagen del arquetipo del delantero con gran sentido de la oportunidad. El oportunista por definición. Y la pregunta que muchos nos hacíamos, incluidos hinchas de médula azul, era “¿qué va a hacer en Argentina, en ese fútbol tan técnico?”. Parecía que su gran oportunismo no le serviría para triunfar en un medio de alta exigencia técnica. Muchos esperaban su pronto retorno.
Lo que pasó, y que todos conocemos, resultó ¡tan distinto! Fue rey del área, artista de las maniobras más inesperadas y bellas que recordemos, dueño de una zurda poética que se paseó por Argentina con River y por Italia con la Lazio y la Juventus y que le dio todos los títulos, las medallas y las distinciones a las que podía aspirar, además de su participación como figura refulgente de la selección chilena.
Otro caso, menos resonante y más actual, es el de Alfonso Parot.
El lateral izquierdo de la Católica, su club formador, no pulió su técnica durante sus primeras temporadas en San Carlos ni en Chillán ni en Talcahuano. Su fiereza en la marca y su fuerza en todos los recorridos no le bastaron al comienzo y la UC, con Marco Antonio Figueroa en la banca, lo envió en 2009 a préstamo a Ñublense, y en 2016, con Mario Salas de entrenador, a Huachipato. No tuvieron estos técnicos la confianza que sí tuvo en él Mario Lepe, un luchador como Parot.
Como sea y aunque los hinchas criticaron duramente a los entrenadores, el jugador siempre tuvo palabras de gratitud para la UC y declaró que en estos traspasos crecería.
Creció y Rosario Central lo contrató y lo tuvo en sus filas durante dos temporadas, con muy buen resultado. El Parot que volvió es el que ahora vemos con la camiseta cruzada. Es un jugador que defiende y apoya, que mantiene su fiereza y resistencia, sumándole visión de la cancha, asistencia defensiva más que eficiente (fue un buen central con Juan Antonio Pizzi) y, por cierto, maduro en sus decisiones. Un viajero con ganancia que lo había anunciado al llegar a Ñublense: “Cuando vuelva a la UC no seré el mismo niño de ahora”.
Cumplido.