Señor Director:

Mi padre murió en el hospital esta semana por covid-19. Él pudo irse acompañado. Fue solamente la humanidad de su equipo médico la que permitió que mi mamá estuviera a su lado durante sus últimos días.

En el inicio de la pandemia, la respuesta de los centros hospitalarios fue el cierre total y hermético de puertas: parecía ser la única medida eficaz contra el avance irrefrenable de la enfermedad. Desde la aparición de las vacunas, nuestro país se ha mantenido siempre a la cabeza de un proceso que, a la vez de evitar miles de muertes, ha permitido descomprimir la situación de completo colapso que vivieron nuestros servicios de salud durante los momentos más duros. Sin embargo, los protocolos de aislamiento para los pacientes contagiados los siguen destinando a morir solos.

Más allá de la discusión entre la primacía de la seguridad colectiva o el bienestar individual, el confinamiento hasta el alta o la muerte derivó, en aquellos críticos momentos, de medidas extremas que se implementaron como primera respuesta ante un virus desconocido y previas al conocimiento de las vacunas y otras medidas de prevención adecuadas.

Permitir que los pacientes fallezcan en soledad conduce indefectiblemente a la deshumanización de la muerte, cuando morir dignamente es un derecho fundamental que merece ser protegido siempre y sin excepción.

Cuando lo peor ya ha pasado, seguir permitiéndolo es simplemente inexcusable.

Magdalena Price Elton