El posible regreso de Mauricio Isla, entre paréntesis su edad (34), no sería, si se produce, el primer retorno a Chile de la generación dorada.
Antes estuvo Fabián Orellana (36), que firmó por Universidad Católica en septiembre de 2021, y que no ha tenido el protagonismo ni la preponderancia que se esperaba, y fue por su culpa, por la de otros o por la que sea.
La hora del regreso, durante un lustro que ya empezó a correr, coincidirá con la próximas Clasificatorias para un Mundial, y esta vez, y con cupos para 48 países, no se puede fallar. Se puede, pero sería imperdonable y un descenso a los potreros. Al sotáno de la tabla, para competir con nuestros hermanos iguales: Bolivia, Venezuela, Paraguay y ese lote.
Más de alguien ha dicho que para el recambio y para desplazar a alguno de los “dorados”, el método es arrebatarles la camiseta y sacárselas un poco a la fuerza, pues bien: debería ser lo contrario, porque hay un punto donde la competencia cede y empieza la pedagogía. Hay que entender que el recambio de la generación dorada parte con ellos, no termina con ellos.
La hora del retorno, para los próximos años, será a cuentagotas y desde luego una noticia extendida, donde Claudio Bravo (39), Arturo Vidal (35) o Gary Medel (34), figuran de titulares en algún club chileno, son convocados a la selección nacional y van a la banca de suplentes.
Nadie les arrancó nada, ni el número ni los colores de Chile, pero es mejor así.
Y Alexis Sánchez (33), Eduardo Vargas (32) o Charles Aránguiz (33), también vestirán cuando vuelvan, es probable, alguna camiseta local, la cruzada, azul o blanca, al menos al comienzo del regreso. Después, en los descuentos, ya se verá. Su lugar, como el de los otros, es al centro o al costado de la banca, porque están en el plantel, pero su rango es la reserva.
Nadie los humilló ni mancilló sus carreras y menos les faltó el respeto.
La generación dorada, desde dentro del plantel y muchas veces sin ser titulares, pueden contribuir con su calidad y experiencia. ¿Cuál es la misión? Mejorar al resto, aminorar la competencia, atenuar el recambio y desdramatizar el traspaso generacional.
¿Piensan que aún son mejores que los que entraron? Puede que sí, y por eso hay que ayudarlos y seguir afuera.
La generación dorada debe participar del proceso, propiciarlo, alentarlo e impulsar desde dentro. Eso implica sencillez y sabiduría. No es contra ellos. Es con ellos.
Es ver un partido de la selección de Chile, desde la banca. Es entrenar duramente, para luego no ser convocado. Es alentar a los once titulares que ellos mismos contribuyeron a forjar.
Todo lo anterior significa, quizás, volver a un Mundial, con otras estrellas y brillos, pero la misión partió con los que hicieron el radier, plantaron las bases, levantaron tijerales y están orgullosos de ocupar la banca como lo que son: grandes jugadores, antiguos tercios, generación dorada.