La carta de esta semana del expresidente Ricardo Lagos a la Convención Constitucional es un texto que entrará en la historia como una de las piezas más logradas del género epistolar.
La he leído tantas veces en un par de días que creo haberla memorizado. Son pocas las cosas que de verdad me sé de memoria: un poema sobre Prat, el teléfono de la primera casa de mi abuela Berta, un par de fechas relevantes… y ahora, la carta de Lagos a la Convención.
¿Cómo se puede catalogar ese texto cabal entre los tipos de cartas que existen? ¿Fue una carta de excusas? ¿Un finiquito, acaso? Tiene un poco de ambos. Pero mi convicción es que se trata de una carta de amor, en categoría carta-de-despedida.
Piensen en lo siguiente. El 17 de septiembre de 2005 el Presidente Ricardo Lagos estaba tan feliz que adelantó en cuatro días el cambio de estación: “Hoy despunta la primavera”, dijo. Es que ese día nacía la nueva Constitución de la República de Chile, firmada por él. En su discurso al país —tan perfecto como su carta de esta semana— habló de este modo sobre la Carta Magna recién nacida:
—“Chile cuenta desde hoy con una Constitución que ya no nos divide”.
—“Tenemos hoy una Constitución democrática, y tiene que ver con los reales problemas de la gente”.
—“Hoy es un día señero. Iniciamos nuestras celebraciones nacionales con una patria más grande, más unida, más prestigiosa, reconocida en el mundo; una patria que recuerda con orgullo su pasado y construye entusiasta su porvenir”.
—“Tener una Constitución que nos refleje a todos era fundamental”.
—“Tener esta Constitución nos liga a un pasado del cual todos estamos orgullosos, el de un O'Higgins, cuando O'Higgins nos dijo: ‘Jamás se dirá de Chile que, al formar las bases de su gobierno, rompió los justos límites de la equidad; que puso sus cimientos sobre la injusticia; ni que se procuró constituir sobre los agravios de una mitad de sus habitantes'”.
—“Este es un día muy grande para Chile, tenemos razones para celebrar, tenemos hoy, por fin, una Constitución democrática”.
Ricardo Lagos estaba perdidamente enamorado de su criatura constitucional. Y por eso fue tan sorprendente —sobrecogedor, diría yo— cuando estuvo dispuesto a sacrificarla. Él no fue tan afortunado como Abraham cuando un ángel evitó que degollara a su único hijo Isaac. El pobre Lagos sí entregó su Constitución y apoyó que fuese reemplazada a partir de una hoja en blanco.
Por eso se entiende bien lo que le pasa al expresidente Lagos ahora. Por eso en abril pasado corrigió a Gabriel Boric y dijo que si ganaba el Rechazo, la que regirá sería la Constitución firmada por él y no la de los “cuatro generales”.
Por eso en su carta de esta semana uno puede advertir varios reproches a la Convención, a la que implícitamente le cobra que no tomaran en cuenta sus propuestas.
Por eso, y esta parte es opinión personal mía, decidió no asistir al nacimiento de esta nueva criatura constitucional (mesías para algunos, engendro del demonio para otros) el 4 de julio. Ese momento “Rey León”, en que todas las tribus alzarán al cielo el nuevo texto sagrado (como si fuese Simba), Lagos prefiere darlo por visto. Por asuntos de aforo, claro.
Una carta de despedida también es una carta de amor, o desamor.