Tanto por su dimensión como por las circunstancias que la rodean, la discusión tributaria que se avecina tiene especial relevancia. Como siempre, la primera pregunta que surge dice relación con qué impuestos subirán y en cuánto lo harán. Durante la campaña, el énfasis estuvo en impuestos a la riqueza y medidas contra la evasión y la elusión, pero todo indica que cierto realismo ha llevado a modificar las fuentes de ingresos. Habrá que esperar el proyecto para ver los detalles.
Pero hay dos aspectos sobre los cuales ya tenemos suficiente información. El primero estuvo en el centro de la última Cuenta Pública: las promesas de gasto —y las expectativas que generan— superan con creces el objetivo de recaudación de 4% del PIB en cuatro años. Como se necesita más recaudación, la verdadera reforma tributaria del Gobierno es superior a los cuatro puntos, e incluye la reforma de pensiones. En su versión más extrema —donde toda la cotización va a un fondo común—, la recaudación por impuesto al trabajo podría allegar fácilmente otros cuatro puntos.
Las magnitudes involucradas son tan grandes que no cabe sino esperar un análisis sustantivo sobre el impacto macroeconómico del proyecto. Aquí subyace un primer gran reto para la política fiscal. Mientras las promesas de gasto son ciertas, las de recaudación no lo son. El impacto de cambios tributarios pequeños puede aproximarse asumiendo que la actividad —base sobre la que se cobra el impuesto— se mantiene más o menos estable, pero este no es el caso. Por ello, las estimaciones de recaudación deberían transparentar el efecto sobre crecimiento de los mayores impuestos, y no deberían apostar por futuros aumentos en productividad como mecanismo de compensación.
La incertidumbre sobre la recaudación exige una estrategia fiscal delicada. En plena segunda vuelta, uno de los principales asesores del entonces candidato Boric escribió en estas mismas páginas que el compromiso con la responsabilidad fiscal implicaba que “si la proyección de recaudar 5% del PIB el último año de gobierno no se materializa, será necesario avanzar más lentamente en los temas prioritarios de la agenda”. ¿Estará dispuesto el Gobierno a irse lento con los gastos esperando ver la eficacia de sus reformas tributarias?
Un viejo axioma de Pitágoras —también conocido como la propiedad conmutativa— dice que “el orden de los factores no altera el producto”. En política fiscal, el orden de los factores es sumamente relevante. Gastar y cruzar los dedos para que los supuestos de recaudación se cumplan corre el riesgo de generar un hoyo sustantivo, como nos muestra el legado de la reforma de 2014. Por ello, lo sensato es irse piano-piano con las promesas de gasto y asegurarse de que el financiamiento está.