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Cartas
Jueves 09 de junio de 2022
Me quiero ir
Señor Director:
“Yo me quiero ir”, dice el taxista de vuelta del teatro Caupolicán mientras pasa por la zona cero, que es en realidad la zona llena: de mensajes, garabatos, insultos, basura. ¿Sospecharán los vendedores de spray que con sus productos se agrede visualmente no solo a la autoridad de turno, sino que al transeúnte o automovilista que pasa por ahí, ya que no hay alternativas que lo conduzcan a su destino?
Angustia ver cómo Santiago empeora cada mes. Es desolador lo que ocurre desde la vereda hasta los 2,20 metros, medida que alcanza el brazo para rayar el muro: un paisaje homogéneo en el rayado y donde no hay espacio para la calma visual. Es una permanente agresión que se transmite en tiempo real.
“Lo mismo pasa en las poblaciones, pero ahora se desplazó para acá”, cuenta el taxista. “Me quiero ir”, vuelve a repetir. Y como él, muchos. Porque la basura, la agresión visual y la violencia en la vía pública están tan presentes como ausente lo está la policía, palabra que en latín significa el cuidado de la polis, que es la ciudad.
Cuando la ciudad es tomada por la mugre y el desorden, y la policía encargada de mantener el orden fracasa, entiendo que el taxista se quiera ir. Ya da lo mismo la ideología o lo que haya iniciado la debacle.
Querer irse es un acto de sobrevivencia, porque la naturaleza humana no tiene un espesor infinito de tiempo para estar en pie de alerta o con el cerebro reptil activado constantemente. Necesita calma, armonía, silencio para sobrevivir.
Al bajarme del taxi, pienso en Miguel y en los muchos que como él se las están ingeniando para irse de Chile.
Ya no importa si el deterioro urbano es causado por la ideología, los abusos, el narcotráfico, la anarquía, la desigualdad, la revolución o todas las anteriores. La superficie es un tapiz de basura y rayados que está sepultando un fondo que se sigue hundiendo y ese es creo el problema de fondo. Seguir recibiendo capas de basura, escombros y rayados callejeros a diario en una ciudad que se ahuyenta a sí misma y que ni siquiera el viento del otoño puede limpiar.
Loreto Buttazzoni