La era de Eduardo Berizzo como seleccionador nacional se inició como debía: con la necesaria evaluación del material disponible y la capacidad de ese contingente para los objetivos a mediano plazo.
El juego ante Corea del Sur evidenció lo que se sabe pero que muchas veces se oculta: salvo las conocidas y puntuales excepciones, no existe mucha capacidad individual a la cual echar mano y, sobre todo, no hay el convencimiento general de que se requieren ajustes dramáticos en la propuesta.
Por eso es necesario, como dicen los maestros, “entrar a picar”…
Berizzo sabía de antemano todo esto porque conoce la realidad del futbol chileno. Sabe de su historia reciente porque tuvo participación en la génesis de ella, y también de la actualidad porque la analizó en su calidad de eventual rival cuando dirigió la selección de Paraguay.
Y en su primer partido como jefe técnico de la Roja supo exponer todo esto en un solo principio: hay que empezar la reconstrucción de una buena vez. Aunque duela.
Por eso el exayudante de Bielsa se atrevió a dos cosas importantes ante los coreanos: alinear gente nueva (llegó al nivel de sorprender en algunos casos) y transformar no solo el dibujo táctico, sino que también a remover la propuesta estratégica.
Al amparo del resultado y de la evidente carencia de solidez individual y colectiva mostrada por el equipo ante los asiáticos, uno podría decir que Berizzo no le apuntó.
Pero no. Sí le apuntó. Y medio a medio.
Porque en rigor, el encuentro jugado por el Chile de Berizzo dejó establecido que ya no sirve repetir la fórmula que logró establecer como favorita de todos (la de Bielsa, la de Sampaoli), simplemente porque ya no existen los intérpretes.
Dramático pero verdadero. Veamos algunas cosas que dejó el partido ante Corea del Sur.
No se puede esperar abrir brechas por los costados con jugadores como Diego Valencia y Jean Meneses, porque no son aleros. No se puede pretender vivacidad, rapidez, filtración larga y pase corto en el mediocampo, si Marcelino Núñez se ha criado y juega hoy como un volante a la antigua, brillante con espacio y tiempo, pero intrascendente si no tiene algo de ello (que es algo habitual en el fútbol de alto nivel). En síntesis, no se puede pensar en tener un equipo presionante, rápido y ofensivo si no existen volantes mixtos, punteros y atacantes centrales que habitualmente jueguen así.
Hay, entonces, que cambiar. Mover el tablero. Buscar caminos alternativos incluso con piezas reconocidas como hizo Berizzo en su debut colocando a Gary Medel como “mariscal de campo” y a Ben Brereton como el gran referente de área. Fue una señal de que comenzó la reconstrucción y que ella incluye a todos. Es decir, a los de antes y a los que vienen.
Seguro van a criticar a Eduardo Berizzo por esta tontería discursiva de la esencia del fútbol que tiene Chile. Y otras van a abogar por el eterno regreso de los héroes de ayer para que jueguen “a la chilena”. Que Berizzo no los oiga. Hay que hacer lo que hay que hacer…