Ahora me solicitaron apoyo desde el Gobierno, y como profesional de las comunicaciones y amante de la libertad, respondí lo de siempre: “¡Encantado!”.
Fue un cursillo de cómo tocar guitarra, políticamente hablando, donde lo primero fue distinguir el ritmo del gabinete, porque esto es lo básico, para afinar cuerdas e interpretar correctamente.
Consulté por las preferencias rítmicas y encontré una variadísima gama de cumbia cumbianchera, rock pesado argentino, K-pop coreano y ecos de la antigua “Venceremos”. Junto al flamenco del Camarón de la Isla, boleros tradicionales y rock satánico, pero progresivo. Éxitos de Nat King Cole, neofolclor latinoamericano y devoción por “31 Minutos” y canciones como “Señora, devuélvame la pelota o si no, no sé qué haré” y “Nunca me he sacado un siete”.
El caos rítmico me situó en una dimensión plurinacional y multicultural que desconocía, y al mismo tiempo comprendí que no iba a ser fácil enseñarles a tocar guitarra.
Utilicé un desvío y empecé con la historia del instrumento, la familia de los cordófonos, y en la discusión teórica descubrí una rara resistencia al término “guitarreo”, porque lo asocian con la rutina de canciones a pedazos y recuerdos a medias, donde finalmente cantan los mismos. Es el símbolo cultural de un mundo incompleto donde nada concluye y, sin embargo, se repite eternamente.
La ministra Antonia Orellana me aseguró que para un militante de Convergencia Social participar en un guitarreo es un desvío ideológico.
La ministra Camila Vallejo me dijo que el guitarreo convirtió a Chile en un caso de desarrollo frustrado.
La conclusión es que, para la izquierda en el Gobierno, el guitarreo les suena a Concertación, canto en la playa y fogata, con Ignacio Walker interpretando el bolero “Sufrir”.
Me tuve que ir con la pedagogía por otro costado, entonces les pedí, a cada uno de los miembros del gabinete, que sostuvieran una guitarra entre sus manos. Y así distinguí un problema insalvable y universal: dedos demasiado cortos y claramente anchos. Rechonchos, lo que puede explicar los errores en Twitter o WhatsApp, a la hora de utilizar rápidamente las teclas. Dedos con posibilidades musicales, pero circunscritas al bongó, las maracas o quizás panderetas, pero en ningún caso para la guitarra, con su porte y tamaño.
¿La solución? Ukelele o charango.
La ministra Izkia Siches me preguntó si tenía algo contra los pueblos originarios.
Me extrañó la duda y le contesté que no, por supuesto, pero no logré evitar una tensión y molestia inexplicables.
En ese clima de desconfianza ya no había manera de continuar.
En fin.
A todos les dio lo mismo que me fuera.
La ministra Alexandra Benado me acompañó a la salida principal, pero preferí la que me corresponde, que es lateral, secundaria y la mía: calle Morandé, número 80.
Fue claramente un cursillo fallido.
Aclaro que la referencia al grupo “Las cuatro brujas” y al tema “Mi abuela bailó sirilla” fue histórica y musical, pero no se conecta de forma alguna con la guitarra y el gabinete, con el guitarreo y las ministras, y menos con lo vivido en palacio.