Matías Bize está de vuelta. Siete años después de La memoria del agua (en medio rodó En tu piel, un remake dominicano de En la cama que es mejor olvidar), estrena esta cinta, en la que utilizó la parte más dura de la pandemia, entre marzo y junio de 2020, para armar un caleidoscopio con ocho actores que son además guionistas o relatores de ocho historias. No solo eso: también fueron sus propios fotógrafos, puesto que debieron grabarse con sus celulares, después de discutir iluminación y encuadres con Bize.
Los protagonistas —chilenos, españoles, argentinos— hablan mirando a la cámara. En todos los casos están enviando un mensaje a alguien identificable o indeterminado, pero sobre todo al espectador. Como siempre que se usa la mirada a la cámara, hay un efecto de apelación que puede estar en segundo o tercer plano, pero nunca desaparece. Quizás en ningún esfuerzo anterior había logrado Bize —un cineasta que se preocupa de estas cosas— una película tan exigente en su reclamo al espectador: hay que poner atención, carajo.
Las ocho historias progresan en paralelo. El espectador queda librado a decidir si alguna de ellas se cruza con otra o si solo se trata de resonancias fantasmales. ¿Resolvieron Alex Brendemühl y Vicenta N'Dongo la triste historia que los separó en Lo bueno de llorar? ¿O se cruzó en su camino Néstor Cantillana? La especulación es posible porque los relatos tratan de los mismos temas de todo el cine de Bize: la relación de pareja, el desamor, la soledad, el abandono y, en el centro de todo, la maternidad y la paternidad como las encrucijadas decisivas de la vida.
Todos los relatos son dramáticos —la excepción puede ser la del cantante (Me llamo) Sebastián, cuya inclusión parece deberse más a la música— y, lo que es más notable, su intensidad es similar. Solo por la tentación de ordenar se podría destacar la narración enervante de Antonia Zegers, cumpliendo uno de sus mejores papeles, y la desoladora historia de Blanca Lewin, una actriz de capacidades simplemente colosales.
Los ambientes debieron ser aquellos en que los actores vivieron la pandemia, pero Bize ha convertido en virtud esa limitación: cada espacio expresa con silenciosa elocuencia la identidad y el estado de ánimo de cada personaje.
De los muchos experimentos que se han hecho con la inédita clausura mundial de 2020, el de Bize es uno de los más logrados, acaso porque transfiguró el encierro en un momento de intimidad y recogimiento en torno a los inefables dolores de la madurez. Es una idea sencilla y, por eso, más que original.
Mensajes privados es el retorno de un Bize energizado, que ha podido convertir la adversidad en un momento epifánico. Después de eso, cualquier cosa.