No voy a decir que lo recuerdo “como si fuera de ayer”. No, porque mentiría. Me acuerdo, pero son imágenes relampagueantes, con colores de camisetas, pero no de público, porque entonces vestíamos de gris. Además, nunca he tenido buena memoria y empecé a escribir libros como un proceso nemotécnico.
Con todo, recuerdo claramente que le temíamos al estreno de la Selección, porque Suiza llegaba a nuestro Mundial con el cerrojo de Karl Rappan, el austríaco que clasificaría a los suizos con ese expediente. Y más temíamos a que ellos abrieran la cuenta. La abrieron…
Y ahí arranca esa maravillosa historia del Mundial del 62. En la cancha, pues en los pasillos había comenzado cinco años antes, cuando la idea de Carlos Dittborn, Ernesto Alvear y Juan Pinto Durán se concretara en Lisboa con la obtención de la sede, gracias también al gran diplomático Manuel Bianchi Gundián, de decisiva actuación con las cancillerías del mundo. Se dice que Dittborn no pronunció la famosa frase “Porque no tenemos nada”. Yo creo que sí la dijo, atendido a que Argentina presentó su candidatura diciendo “Lo tenemos todo” para organizar el mundial. Lo de Chile era una promesa y una respuesta.
Después de abierta la cuenta en el estreno por un rival que defendía tan bien, apareció un Chile ganador, disciplinado, aceitado en su trabajo de cuatro años con Fernando Riera. El mismo plantel que días más tarde nos sacó a todos a la calle para celebrar el tercer puesto en esa jornada épica frente a Yugoslavia, con tres lesionados en la cancha.
Nunca se insistirá lo suficiente sobre la importancia de ese Mundial para nuestro desarrollo futbolístico. Tendrían que pasar muchos años hasta la repetición de un proceso similar, ahora con la batuta de Marcelo Bielsa.
En 1962 comenzaría una etapa de verdadera profesionalización del fútbol y de su medio. El jugador ya era oficialmente rentado desde 1933 (y de hecho seguramente desde antes), pero profesional empezó a serlo con ese Mundial (y en ese rumbo sigue aún). También alentó a que las familias no se indignaran con la idea de algún joven miembro de “ser futbolista”. Ya se podía aspirar a serlo sin sentir vergüenza.
Los medios de comunicación le dieron a la actividad más espacio y más importancia. La acogió la televisión, hasta llegar a la extensión abrumadora de hoy. Crecieron las transmisiones radiales y los programas de estudio. La prensa escrita sacó suplementos semanales. Las revistas aumentaron su circulación, pero solo por algunos años, aunque no por falta de acción, sino por falta de lectores, pues ya sabemos que los chilenos no leemos ni entendemos lo que leemos, aparte de que hay quienes no entienden lo que escriben…
Fue un impulso notable, que no duró tanto. Pronto volvimos a la improvisación. Los dirigentes creativos volvieron a ser mecenas que luego se hicieron manilargos y finalmente representantes de jugadores devenidos en dueños de clubes.
No creo que en los años 60 fuéramos mejores personas o el fútbol fuera mejor. Solo quiero decirle que esa tarde del 30 de mayo estaba ahí, en la tribuna, que días antes ya se había publicado mi primera columna y que al día siguiente cumpliría 19. Y Leonel, Eladio, Navarro y los demás entraban al círculo de mis favoritos junto a Elvis, Brigitte Bardot y Sophia Loren. ¡Qué lote!