Conocer a un nuevo comediante es entrar en un mundo nuevo. En ese sentido, muchos comediantes —no todos— son autores en propiedad. No solo porque escriben su propio material (escribir no te hace un autor, por mucho entusiasmo que algunos pongan en ello), sino porque en sus textos y en su despliegue teatral imponen un tono, una mirada y un conjunto de preocupaciones, personales, propias, en las que el espectador termina por sumergirse totalmente, de manera no muy distinta de como lo hace frente a una novela, un cuadro o una película. Cada cual tiene sus coordenadas, sus inquietudes, su mundo. Se puede cuestionar que el stand-up no suele ser un terreno para las ambigüedades de las grandes piezas de arte, pero los comediantes realmente buenos sí manejan matices, sí dejan terrenos abiertos a lecturas no resueltas y, ciertamente, sí remueven las certezas morales, los discursos prefabricados y las ideas que hemos dado por satisfactorias sin mayor reflexión.
Bill Burr, por ejemplo, definitivamente incomoda. O consuela. Según como se vea. Hombre blanco, hétero, en sus tardíos 40 y nacientes 50, es un macho de la vieja escuela, de confesado mal temperamento, al que le irritan sobremanera las extremas precauciones que el discurso público ha tomado por todos lados. Netflix tiene cuatro especiales suyos, el último de 2019, y en ellos, entre decenas de puntos, reclama contra tratar de valientes a las actrices con sobrepeso que se fotografían para portadas de revistas, contra los hombres que muestran abiertamente sus miedos, contra las formas tramposas que las mujeres utilizan para discutir en pareja o contra la costumbre actual de abrazar a los hijos varones. En un momento, para acabar con los problemas ambientales de la Tierra, propone convertirse en dictador y, “en las apacibles noches de verano”, salir a hundir cruceros: la humanidad no perdería nada si acaba con las personas que toman cruceros, dice. Es difícil estar de acuerdo en todo, por supuesto, pero Burr defiende sus puntos con gran humor y lucidez. Su sentido común, sus pies en la tierra, su capacidad de observación de lo que realmente está en juego no admite comulgar con ruedas de carreta de ningún tipo, sea que vengan desde el feminismo o desde los amantes de las armas. Es como si tuviera un escudo contra el chamullo de moda. O como si se abriera paso a combos de verdad, si la metáfora es posible.
Como hombre que domina su oficio, Burr lo hace parecer fácil. Nada menos cierto. El hombre imagina y pone en escena diálogos perfectamente verosímiles, lleva sus elucubraciones siempre un paso —cómico, inquietante— más allá del esperado, despliega enormes cantidades de energía en el escenario y sabe ponerse a sí mismo como el primer objeto de sus críticas. Pero no es solo un artista en pleno dominio de su oficio, sino que se arroja sin temor contra lo que es bien visto. Su sensibilidad viril, neurótica, constantemente irritable, funciona también como un implacable detector de mierda. Sus especiales son, así, paradas de carro a las políticas identitarias, a los eslóganes fáciles del feminismo, al reino de las buenas intenciones y pureza moral que abunda en prensa, libros y colegios. No es el único comediante que está en esto, por cierto. Otros, como Dave Chappelle y Chris Rock, reman en el mismo sentido, aunque ellos corren con la protección de ser negros. Cierta protección. No demasiada tampoco.
Lo interesante del fenómeno es que la crítica y resistencia al discurso de moda no ha provenido ni de los educadores ni de la prensa ni de los políticos, todos agentes clave en orientar a la opinión pública de lo que entendemos por correcto o adecuado. La crítica y resistencia ha provenido de cierta disidencia de académicos corridos del sistema y de comediantes como Burr, que realmente la ponen en un escenario pop, masivo, accesible a todo público. El resto —es cuestión de ver nuestra propia Convención Constitucional— se ha tragado, borregamente, un discurso que, difundido desde las universidades de élite norteamericanas, ha desacreditado consistentemente buena parte de las instituciones que han hecho posible la democracia y la modernidad como la conocemos.
Especiales de Bill Burr:
n “You People Are All the Same”, 2012
n “I'm Sorry You Feel That Way”, 2014
n “Walk Your Way Out”, 2017
n “Paper Tiger”, 2019