Una de las dificultades evidentes de someter toda la producción de vivienda económica a las reglas del mercado, como lo hemos hecho por décadas, es que este favorece la reproducción ilimitada de un único tipo de morada, sobre la base de las aspiraciones sociales generadas por la imposición publicitaria repetitiva de ese modelo de vida a partir de estudios de mercado, en una especie de tautología arquitectónica. Queremos lo que creemos que queremos. Que un mismo tipo de vivienda sea perfeccionado en el tiempo en costos y eficiencia y que tenga aceptación popular puede ser una virtud del sistema, pero cabe preguntarse si las necesidades de la población no podrían ser mejor resueltas al librarla de las ataduras del deseo manipulado por la propaganda; si esa aparente complacencia no será tanto por satisfacer aspiraciones –más que necesidades– como por una absoluta falta de alternativas, innovaciones que la industria de la construcción no parece interesada en desarrollar. En la historia mundial de la vivienda colectiva (por lo general referida al siglo XX) ha sido siempre el sector público el de la mayor capacidad para asumir la evolución arquitectónica y urbanística, introduciendo una dimensión de competitividad que, paradójicamente, el mundo d ela construcción no está dispuesto a promover, al menos en Chile.
En nuestro caso, las políticas de vivienda social desarrolladas de manera ininterrumpida durante 50 años –desde los gobiernos radicales hasta la dictadura militar– fueron laboratorios de innovación que dejaron huellas indelebles. Parte importante de la vivienda colectiva de interés social y para la clase media quese produjo en esas décadas fue fruto de la colaboración entre el Estado –gestor y proveedor de suelo– y el mundo privado en financiamiento y construcción. Hoy, aquellos numerosos conjuntos, como Cormu y Empart, forman parte de nuestro imaginario urbano e identidad cultural por su magnitud, calidad material y conceptual. En esa exitosa experiencia, la arquitectura no fue un mero factor en la fórmula de máxima rentabilidad acorto plazo, como es hoy, sino un agente de progreso y modernidad que ofrecía opciones en la intimidad doméstica y en las escalas comunitaria y urbana.
Por estos días, nos enfrentamos a un nuevo trato en la producción de la vivienda; un sistema que deberá asegurar acceso apersonas y familias con limitaciones financieras y en una distribución equitativa en el territorio. No cabe duda de que para lograr estos ambiciosos objetivos deberemos estar dispuestos a volver a hacer arquitectura: a experimentar con nuevos tipos de habitación para nuevos modos de vida; por supuesto, sin transaren la dignidad de las personas ni en la calidad de la ciudad