Señor Director:

Con pesar veo las imágenes que se muestran del incendio que se propagó en las dependencias del Instituto Nacional. Me parece inaudito que quienes deben velar por la integridad no solo de los alumnos y alumnas y del personal académico y no académico, sino también del establecimiento en su infraestructura material y simbólica, permitan que tales hechos ocurran.

Si bien es correcto que la responsabilidad ante tales hechos puede ser reconducida en último término a la dirección del colegio y a la Municipalidad de Santiago como ente sostenedor, resultaría ilusorio soslayar la responsabilidad que les compete a los alumnos y alumnas del establecimiento, con especial énfasis respecto de quienes están dentro de la toma.

Si bien podría pensarse que esto es extremo, pues estamos hablando de adolescentes, esto no es así. A todos quienes pasamos por sus aulas se nos inculca el baluarte que es el Instituto Nacional dentro de la educación pública, cuestión que ha sido patente a lo largo de sus más de 200 años de historia. Si se quiere ir al origen de ello, se desprende claramente de lo que dijera fray Camilo Henríquez a propósito de su fundación: “el gran fin del Instituto Nacional es dar a la Patria ciudadanos que la defiendan, la dirijan, la hagan florecer y le den honor”. Son aquellas palabras las que retumban en el concreto que forma la infraestructura material y que le otorgan el sentido propio de formar parte de él.

En este sentido, la responsabilidad que le compete a cada estudiante no es en términos del daño material al establecimiento, sino más bien en preservar el símbolo que supone ser alumno, y ahora afortunadamente, alumna: ser jóvenes demócratas y republicanos. Valores que, de seguirse en esta lúgubre senda, se van a ver opacados hasta que por fin se llegue al ocaso del Instituto Nacional.

Gabriel Costamaillere
Egresado del Instituto Nacional, promoción 2015