“Esa violación. No hay suficientes páginas en el mundo para describir lo que me hizo (…). Esa mierda partió mi planeta por la mitad, me arrojó completamente fuera de órbita, a las regiones sin luz del espacio, donde la vida no es posible. Puedo decir, verdaderamente, que casi me destruyó. No solo la violación, sino todas sus secuelas: la agonía, la amargura, la auto-recriminación, el asco, la necesidad desesperada de mantenerlo oculto y silenciado. Jodió mi infancia. Jodió mi adolescencia. Jodió toda mi vida”. Las palabras son de Junot Díaz, exitoso escritor dominicano-americano que en 2018 reveló en el New Yorker que cuando tenía ocho años fue abusado por un adulto cercano.
Recién se dieron a conocer los resultados de la Primera Encuesta Nacional de abuso sexual y adversidades en la niñez, del centro Cuida de la UC, y la Fundación para la Confianza, aplicada presencial y representativamente a más de 2.000 adultos en el país. Los resultados son desgarradores. Casi uno de cada cinco encuestados (18%) declaró haber vivido un abuso sexual infantil, 8% entre los hombres y 28% entre las mujeres; la mayoría tenía entonces entre 6 y 12 años. El 12% declaró un abuso con contacto en la zona genital; el 5%, una violación —uno de cada veinte—. Son números espantosos para experiencias que, como a Junot Díaz, pueden arrojar a las regiones sin luz del espacio.
En la mayoría de los casos el ofensor era un familiar (41%) o un conocido (36%), casi siempre un hombre, que frecuentemente abusó de la confianza (37%), utilizó la fuerza física (26%) y obligó a la víctima a guardar el secreto (26%). En los últimos años, muchos de esos secretos se han ido rompiendo, en parte gracias al valor de quienes han hablado en público y a movimientos como el Me Too, que han ido abriendo espacios. Aun así, muchos todavía cargan con un pesado silencio: el 38% de las víctimas dice nunca haber contado su experiencia.
La encuesta sugiere consecuencias brutales de los abusos en la niñez a lo largo de toda la vida: en salud mental y también física (dolores crónicos, colon irritable, obesidad, etc.), en problemas con el alcohol y las drogas.
¿Cómo nos hacemos cargo, como sociedad, de un problema que jode tantas vidas y de manera tan profunda? Probablemente haya que seguir creando conciencia sobre esto, sobre todo en los grupos menos informados. Por eso hay que celebrar el esfuerzo de medición de esta encuesta, y es de esperar que se mantenga y profundice. Los abusos —su prevención, su detección— debieran ser prioritarios para las familias, para las escuelas, para los centros de salud. Aunque en esto se ha avanzado, por ejemplo, con algunas medidas tras el Acuerdo Nacional por la Infancia de 2018, hay temas importantes pendientes, como expandir y fortalecer el sistema de alerta temprana para niños en riesgo.
Por último, hay un consenso en que los apoyos de salud mental que ofrece el país son muy insuficientes (demandas como condonar el CAE languidecen al lado de la necesidad de intentar reparar las consecuencias devastadoras de los abusos). Junot Díaz en su relato cuenta que, tras una vida de sufrir y hacer sufrir, logró abrir su secreto gracias a un período intenso de buena terapia. Entonces, tras décadas de solo tener pesadillas, soñó una noche que era el niño que era antes de ser violado. Apenas recordaba a ese niño, pero pudo ver entonces que era también él.