Señor Director:

La discusión en torno a la nueva Constitución ha desatado controversias comprensibles; pero también injustificadas pasiones, incluso en personas aparentemente apacibles, como José Brunner. Porque es una exageración, sin mayor fundamento, señalar que las normas de la nueva Constitución “rechazan la modernidad, la industria, los contratos y los valores individuales” (“Oportunidad desperdiciada”, “El Mercurio”, 13 de mayo). Es como mucho. Son afirmaciones que no se apegan al texto escrito.

En efecto, la modernidad de la nueva Constitución es manifiesta en la redacción de derechos sociales garantizados, los que son propios a todo Estado de Bienestar europeo; el término del Estado subsidiario y su reemplazo por uno emprendedor es el que precisamente permitirá el resurgimiento de la industria, que ha sido aplastada durante 40 años por el rentismo explotador de recursos naturales; el respeto a los valores individuales se multiplicará varias veces con la paridad de género y también con el reconocimiento constitucional de los pueblos originarios; y, por cierto, los contratos tendrán mayor valor y vigencia, porque la nueva Constitución ha escrito una explícita norma contra la corrupción, que hará más sólidos y transparentes los vínculos entre el Estado y los particulares.

Prefiero quedarme con las afirmaciones del constitucionalista Couso, quien, sin la pasión de Brunner, valora la legitimidad de la actual Constitución y destaca que en lo escrito “no he visto nada con lo cual uno dijera que no se puede vivir” (“El Mercurio”, 13 de mayo).

No creo, como piensa Brunner, que el trabajo realizado por los constituyentes sea una oportunidad desperdiciada.

Roberto Pizarro Hofer
Economista, exembajador en Ecuador