El último equipo chileno en alcanzar las semifinales en un torneo internacional fue Coquimbo, y lo pagó caro. Esa temporada el cuadro pirata, de juego intenso y profundo, bajó de división. Dos temporadas antes, Deportes Temuco debutó en el continente ganándole dos veces a San Lorenzo, pero quedó eliminado por razones administrativas. También descendió y aún no retorna.
El año pasado Huachipato pasó a la fase de grupos y terminó en un honroso segundo lugar, sobre San Lorenzo y 12 de Octubre, pero al final de la temporada perdió la categoría en Chile (aunque la recuperó por arte de magia). Para no ir tan lejos, este año tres equipos de regiones accedieron a la fase grupal de la Sudamericana. La Calera marcha primera, pero está en el fondo de la tabla en nuestro país. Antofagasta es colista con pésima campaña y el Everton —severamente perjudicado por los arbitrajes internacionales— lucha por salir de las últimas posiciones.
Como dato adicional, digamos que pocos de los equipos de provincias que nos representan mantienen a su entrenador tras ser eliminados. Esta temporada Ñublense y la Unión Española decidieron privilegiar el torneo local, salieron tempranamente y sobreviven en la lucha por el título en nuestras canchas. En pocas palabras, acceder a la Sudamericana parece ser una condena más que un premio.
En la necesidad de tener un plantel acorde para sobrellevar las dos competencias, las sociedades anónimas invierten poco, pese a los ingresos garantizados por la Conmebol y a los que podrían acceder por las recaudaciones. Y quedan flotando en un limbo del cual les cuesta salir. Pareciera no haber soluciones para el dilema, que desde que ocho clasifican, es un premio que a varios les gustaría rechazar de plano (Jaime García fue enfático al respecto este año).
La situación es aún más complicada si asumimos que desde el retorno a los torneos largos parece imposible que un equipo que no sea de la capital vaya por el título con reales posibilidades, generando un círculo vicioso que se replica año tras año. Rematando en la parte alta de la tabla recibes un premio que significa tu condena en el siguiente. El loop perfecto, que los dueños de los clubes se niegan a enfrentar.
Con el retorno de los torneos largos en Chile se apeló a la justicia deportiva, pero además se aseguró que mejoraría nuestra competitividad internacional. No ocurrió ni siquiera con los planteles más poderosos; la Universidad Católica, campeón sin contrapesos en las últimas temporadas, batalló apenas por pasar la fase grupal, y este año no es la excepción.
¿Cuál es entonces el gran objetivo de los provincianos en el fútbol por estos días? Pues, así como van las cosas, el panorama es desolador. Con los torneos cortos siempre estaba la opción de meter una buena racha para consagrarse, pero ahora el horizonte es muy limitado. Y la maldición del premio envenenado sigue vigente.