Durante los últimos meses, y especialmente semanas, en el país se ha debatido intensamente sobre la forma de organización del sistema de salud. Esto, en momentos en que enfrentamos las listas de espera más largas de la historia, según ha reconocido la autoridad.
La reacción lógica frente a este drama que afecta a millones de chilenos es urgir por aumentar el presupuesto de salud, lo que sin duda será necesario; pero en el mediano y largo plazo vale la pena hacer una reflexión más profunda. A continuación, me gustaría compartir algunos datos objetivos que nos permiten iluminar este tema.
Estados Unidos es el país de la OCDE que más gasta en salud. En 2019 alcanzó los 9 mil dólares por persona. Una cifra que ha crecido en forma constante durante las últimas décadas. Sin embargo, los norteamericanos que nacen hoy morirán antes que sus padres. De acuerdo con los datos del Banco Mundial de 2020, la esperanza de vida ha bajado a los 77 años en esa nación.
Chile, en contraste, con todos los problemas que tenemos, gasta menos de un sexto de esa cifra, es decir, 1.402 dólares per cápita (2019) y la esperanza de vida para los nacidos en 2020 es de 80 años, tres más que en Estados Unidos.
¿Cómo se explica esta aparente contradicción? Aunque se trata de un fenómeno complejo y multifactorial, la clave parece estar en el destino de los recursos, su distribución y el enfoque del modelo de atención. Los norteamericanos enfrentan una población cada vez más enferma y los recursos se destinan a tratar esas patologías.
Tal como indica la OMS, seguir aumentando el gasto en atenciones curativas, sin invertir en salud preventiva, nos puede llevar a un gran fracaso o frustración. Los programas preventivos y de promoción, en los que todos los actores debemos trabajar, son un objetivo de enorme retorno para el sistema de salud, ya que logra contener el gasto al limitar el costo de los tratamientos, medicamentos y licencias, pero —ante todo— mejora la calidad y esperanza de vida de las personas.
Un ejemplo de esto lo muestran los cánceres más frecuentes. En el caso de las mujeres, el cáncer de mama detectado en etapa inicial tiene una sobrevida mayor al 99%, mientras que cuando se diagnostica en una etapa avanzada, la mortalidad supera el 50% y el costo de los tratamientos es también sustancialmente mayor (en promedio hasta 116% más). Algo similar ocurre con el cáncer de próstata, que al diagnosticarse en estadios tardíos implica menor sobrevida y un gasto mayor (54% más).
En el caso de los infartos, en nuestro país se han realizado importantes avances tecnológicos y terapéuticos para disminuir sustancialmente la mortalidad por esta causa. Sin embargo, si no actuamos sobre los factores de riesgo, el número de personas afectadas por accidentes cardiovasculares seguirá creciendo y con ello la necesidad de camas UCI, tecnología, especialistas, medicamentos y licencias. Por el contrario, si logramos —a través de campañas y tratamientos oportunos— que los fumadores dejen ese hábito, los infartos bajarían en un 42%. Si a eso le sumamos un adecuado control de la enfermedad a hipertensos y diabéticos, la reducción sería aún mayor.
Creemos que es importante organizar nuestro sistema de salud sumando todas las fuerzas disponibles para resolver las listas de espera y los graves problemas que tenemos, pero sin olvidar que la meta debe ser prevenir enfermedades, promover y facilitar hábitos saludables (como la práctica de actividades deportivas), diagnosticar a tiempo, y cuidar la salud y el bienestar de las personas.
Necesitamos a todos, no solo a los que nos dedicamos a la salud —públicos, privados, fundaciones—, sino a la sociedad en su conjunto, en un trabajo colaborativo y con objetivos de mediano y largo plazo, en que lo central para todos los actores del sistema sea el bienestar y prevención en salud.
Cristián Piera
Gerente general Clínica Alemana