Pocas veces se vio tanta agilidad. A los pocos días de que se levantara nuevamente la sospecha en Colombia y Ecuador, la ANFP había contratado un abogado, iniciado una investigación, recopilado las pruebas, ingresado una denuncia ante la FIFA y levantado un impresionante lobby —incluidos grandes medios internacionales— para tratar de modificar el resultado de las eliminatorias, amparada en una irregularidad administrativa. Rapidez, eficiencia y oportunidad. Diligencia.
¿Será necesario recordar los variados casos donde los mismos dirigentes se movieron con paso de tortuga? Bastará decir que el caso de suplantación de identidad del arquero de La Calera jamás tuvo investigación ni sanción por parte de la Asociación ni de sus tribunales, pese a que pruebas hubo muchas y legalmente se asumieron culpas. Y que la violencia en los estadios no tiene solución porque el directorio no ha sido capaz de actuar seria y responsablemente para asumir su rol, aunque ahora sean los mismos futbolistas y sus familiares los que reciben amenazas de los barristas. Han pasado décadas. Y que no ha sido capaz de elaborar un listado con los verdaderos propietarios de las sociedades anónimas que las integran. Ni, mucho menos, ha llegado a determinar si los culpables del mayor escándalo de los últimos tiempos —investigado solo por el FBI, que aún protege a un testigo delator en Miami— siguen operando en la organización de nuestros torneos.
Ni hablar de las sospechas sobre los árbitros. O si era necesario ahondar en las declaraciones de Martín Lasarte sobre una indisciplina en Copa América desmentida por el propio organismo en aquel entonces. O averiguar los verdaderos alcances de los dobles contratos, o acusaciones sobre arreglo de partidos. ¿Para qué apurarse en sancionar las increíbles agresiones en los estadios, si tiempo para un mejor juicio es lo que sobra? Y ni hablar de identificar a los responsables, que para eso están las policías, porque los clubes —como han dicho varios presidentes de las concesionarias— no son responsables de la seguridad en sus recintos. No hay espacio —ni tiempo— para enumerar tanta desidia e inacción.
En Quilín es hábito arrastrar los pies, tomarse su tiempo. Masticar las cosas para mejor digerirlas. No hay apuro en separar la Asociación de la Federación, ni en colaborar para mejorar las leyes que rigen la industria, ni en avanzar en protocolos de seguridad. Tiempo al tiempo.
De hecho, en la petición ante la FIFA hay una enorme contradicción. Chile (su Federación, más bien) quiere aprovechar cualquier resquicio para estar en la Copa del Mundo, pero no tiene mucho apuro en contratar a un técnico, porque para eso hay tiempo. Y no descartaba, hasta hace poco, la idea de que sea un interino, porque ¿para qué malgastar recursos si no hay urgencias? Ni hablar de un campo de entrenamientos digno, donde se sentarán a esperar que el terreno, el dinero y seguramente los planos caigan desde el Estado, porque recursos hay muy pocos.
El viejo Albert debe estar susurrándoles al oído, seguro. Porque, como todos sabemos, el tiempo es una cosa relativa.