La Convención sigue adelante. Tal como la orquesta del Titanic no solo no ha dejado de tocar, sino que no ha cambiado un solo acorde. Y a quienes les advierten que está entrando el agua, los tachan de dejarse llevar por las fake news.
Ahí cabe la primera paradoja. La gente fue inteligente al salir a protestar el 18 de octubre, inteligente al votar apruebo, inteligente al no votar por Kast. Ahora es idiota porque se cree las campañas del rechazo. Los medios, los empresarios, la derecha.
Y en el intertanto, el agua que ha entrado ya hace inviable seguir el itinerario trazado.
Algunos exigen esperar el texto final, pero ello es equivalente a decir que hay que esperar que el barco se sumerja completamente para decir que se hundirá.
Ya es claro que el proyecto constitucional no unirá a una mayoría sustanciosa en torno a un marco común. Ya es claro que no resolverá el problema constitucional. Ya es claro que el único objetivo es dejar instalado un proyecto político. Una visión de mundo.
Esta semana fue el turno del “precio justo”. Paradójicamente para un proyecto constitucional que pretende fijar muchos ámbitos que en cualquier país no tienen rango constitucional (por ejemplo, con qué países se debe privilegiar la política exterior), estableció que las expropiaciones se pagarán a “precio justo”.
El tema no es menor porque se anuncian masivas expropiaciones tras “la obligatoriedad” de restitución de tierras que el mismo proyecto establece. Así, “el propietario siempre tendrá derecho a que se le indemnice por el justo precio del bien expropiado”, dice textualmente.
El problema es qué entendemos por “precio justo”.
La discusión sobre qué es justo precio es tan antigua como el ser humano. Ya Platón abordó el tema cuando señaló que “no se le dé a la mercancía un precio superior al justo, sino simplemente el justo”, dando cuenta de un problema que perdura hasta hoy.
No es poco habitual que en un restorán alguno de los comensales se le ocurra determinar si es justo el precio del plato que le están sirviendo. Para ello suele sumar la lista de ingredientes. El resto suele colaborar diciendo “súmale el arriendo, el gas y lo que le pagan al mozo”. La conclusión es casi siempre la misma: los 15 mil pesos que le están cobrando por la pizza están al borde del robo. Supuestamente el precio no es justo.
Es que 2.500 años después de Platón seguimos preguntándonos cuál es el precio justo, y nos damos cuenta de una serie de paradojas, como el que el esclavo vale menos que una piedra preciosa, como dice San Agustín, o que el agua vale menos que un diamante, como dice Adam Smith. O sea no solo es un problema de determinar el precio justo, sino también el por qué es justo que un bien valga más que otro.
Afortunadamente los escolásticos medievales lo tenían más o menos claro: determinaron que el precio no tiene que ver con los costos, sino que más bien con el precio de mercado (“común estimación de la sociedad”). Así, la pizza vale lo que la gente está dispuesta a pagar y no a la suma del tomate, la harina y el queso.
De esa forma se ha entendido el precio justo hasta ahora. Y es la única concepción de precio justo válida en una expropiación. No es lo que me costó. No es lo que el juez cree que debería pagarse. Es lo que cuesta hoy en el mercado.
Pero en el nuevo Chile alguien puede entender otra cosa. O puede maliciosamente pretender entenderlo. Por eso es grave que el proyecto de Constitución quite una certeza básica y lo deje al arbitrio de lo que venga.
Algunos convencionales enarbolaron a Francia y su Constitución, donde efectivamente se establece que el pago de una indemnización es a “precio justo”. Pero omiten que el Consejo Constitucional francés zanjó el tema al señalar que “para ser justa la indemnización debe cubrir la totalidad del perjuicio directo, material y cierto causado por la expropiación”.
Más claro, imposible.
Otros convencionales de izquierda, enrostrando a quienes criticaron la norma, fueron más lejos y enrostraron que se había estipulado la siguiente disposición: “Cualquiera sea la causa invocada para llevar a cabo la expropiación, siempre deberá estar debidamente fundada”.
Era que no.
Solo en las tiranías se puede disponer de bienes ajenos sin expresión de causa.