Por Santiago pasaron River Plate y Flamengo, los finalistas de la Copa Libertadores 2019 que no pudimos ver en el Estadio Nacional, cuando disputaron la primera definición única. Un grupo de bandoleros instaló que no estaban las condiciones para jugar ese partido. Ellos, que se dicen hinchas y campeones del “aguante”, nos privaron de un espectáculo inolvidable, como sí disfrutaron los peruanos en Lima con la victoria de los cariocas.
Después de casi tres años, el público chileno tuvo en los estadios Monumental y San Carlos de Apoquindo a estos dos candidatos a ganar la edición 2022 del más importante trofeo de clubes del continente.
El clima incontrolable que se vive en las canchas locales, cuando actúan los grandes, opacó dos jornadas fantásticas. El miércoles, los sistemas de seguridad del Cacique volvieron a colapsar. Turbas organizadas, al parecer por redes sociales, atacaron distintas puertas de acceso, generando temor y caos. Observé tres y los niveles de violencia de los invasores son feroces. Pobres guardias de seguridad y controles, que al concluir su labor confesaban temor por su integridad.
La realidad demuestra que el Monumental cumplió un ciclo, que su infraestructura no responde a las necesidades actuales, sumándose que la operación y logística aplicada fracasa de manera sostenida desde el retorno del público luego de la pandemia. El vejamen que sufrió el pueblo colocolino es inaceptable. Estamos cerca de una tragedia y a esta altura es clave que el Estado recupere su rol de garante del orden público, entendiendo que hasta ahora también es responsable del desastre, porque se desentendió del problema y casi siempre hizo exigencias sin colaborar ni guiar a los clubes.
El jueves, en el duelo entre Universidad Católica y Flamengo, una vez más la cápsula de seguridad fue sobrepasada. Un grupo pequeño, organizado y decidido, atacó a los hinchas brasileños. Un niño casi perdió un ojo por un proyectil lanzado desde la galería “Ignacio Prieto”, donde hubo bombas de ruido, fuegos artificiales y se desoyeron los llamados del locutor del estadio.
Lo más probable es que la UC será sancionada con dureza por la Conmebol. El peso de Flamengo es grande. Las imágenes son contundentes, incorporándose los videos de unos pelafustanes en clara actitud racista y xenófoba. Se suma a lo ocurrido en el cotejo ante Deportes La Serena y Colo Colo. No hay duda de que el dispositivo carece de efectividad y la presencia del Estado es irremplazable. Frente al descrédito y ausencia de legitimidad de las sociedades anónimas deportivas, su rol y accionar es urgente.
¿Y la pelota? Esta vez fue traicionera. Colo Colo ofreció una actuación al límite de sus posibilidades, ante un River que, sin el virtuosismo de otras versiones del equipo de Marcelo Gallardo, se impuso desde la respuesta física en el complemento y el peso de sus individualidades, entre ellas Paulo Díaz.
Los cruzados entregaron su mejor presentación de la temporada, pero se encontraron con un rival notable. Los piques de Bruno Henrique y la voracidad de Gabriel Barbosa fueron incontrarrestables. El equipo del interino Rodrigo Valenzuela tuvo opciones de empatar, pero la sensación es que cada que vez que Flamengo cruzaba la mitad del terreno el gol rondaba. En síntesis, nos deleitó un equipazo.