El polaco Witold Lutos{lstrok}awski (1913-1994) es uno de los compositores más originales del siglo XX. El músico sufrió en carne propia los trágicos destinos de su patria y supo abrirse camino entre las vanguardias de su tiempo para crear un estilo personalísimo, influido por la tradición de su compatriota Karol Szymanowski y el aleatorismo del estadounidense John Cage. La obra de Lutos{lstrok}awski es supermusical, complejísima y, al mismo tiempo, exhibe una voluntad de comunicación desbordante. Eso quedó bien demostrado en el estreno en Chile de su Concierto para piano de 1987, a cargo de Luis Alberto Latorre y la Orquesta Sinfónica Nacional de Chile, con su director titular, el venezolano Rodolfo Saglimbeni, el martes en el Teatro Municipal de Las Condes.
La partitura, dividida en cuatro movimientos que se tocan sin pausa, abre con un pasaje ad libitum, confiado al arpa y las maderas, en que al director se le piden decisiones muy precisas respecto de cuándo han de entrar o salir los instrumentos. Saglimbeni estuvo sólido en su conducción y después de una sección densa en las cuerdas, se desplegó Luis Alberto Latorre con unos arpegios coronados con acordes delicados y notas repetidas, que son una magnífica introducción de lo que vendrá: un diálogo entre el solista y las fuerzas orquestales que desemboca pronto en un enfrentamiento, en el que el habitual ímpetu y virtuosismo de Latorre brilló en las octavas y acordes, fortísimos y afirmativos. Entre muchos momentos destacables de una interpretación concienzuda y sensible, estuvo la extensa cadenza con la que se inicia el tercer movimiento, en apariencia simple, pero reflexiva y llena de detalles preciosos. Los cornos, que irrumpen después de varios compases, parecieran despertar al piano de su ensoñación y lo hacen responder ágil, primero, para más tarde seguir al duelo final, donde es la música la que triunfa.
El público, que llenaba el teatro, ovacionó largamente y Latorre ofreció como encore “Regard du Père” (“Contemplación del Padre”), primera pieza de las “Vingt Regards sur l'enfant-Jésus” (1944), de Olivier Messiaen. El notable pianista dedicó esta música calma y recogida a Aldo Paredes, segundo violín de la Sinfónica, que está pasando por una penosa enfermedad.
Antes había sonado la obertura de “La flauta mágica” (1791), de Mozart, bien servida por una orquesta que en el Teatro Municipal de Las Condes suena mucho mejor que en su local habitual de la Plaza Baquedano. Y luego, el Tema con variazioni de la Suite orquestal Nº 3, Op. 55 (1884), de Tchaikovsky, brillante en su orquestación y muy lúcida en esta entrega.
Hubo también un justísimo homenaje al maestro Juan Pablo Izquierdo, premio nacional de Artes Musicales, quien recibió la medalla conmemorativa de los 80 años (cumplidos en 2021) de la Orquesta Sinfónica Nacional de Chile, entre abundantes aplausos de genuino afecto y reconocimiento.